16 de septiembre de 2013

ME HE PASAO LA NOCHE EN VELA, COMO LA VEZ PRIMERA EN QUE TE VINE YO A RONDAR


Hoy estoy sumamente dormida, fundamentalmente porque, como ya sabéis, el sábado tuvimos boda, y fue una de esas celebraciones que se inspiran en las bodas gitanas, tan de moda en estos días, y duran horas, y horas, y horas. Por eso, hoy me he decidido a hacer una especie de glosario con mis recomendaciones para ser el perfecto invitado a la boda y no montarla. Porque ya se sabe que esos días de alcohol infinito nos pueden llevar por el mal camino.

 

La jornada del sábado  comenzó al alba, porque claro, llegar a una ceremonia que es a mediodía de punta en blanco requiere empezar la fase de chapa y pintura al amanecer. Eso sí, mereció la pena porque estábamos todas monísimas de la muerte, divinas, ideales, exultantes… Nada que ver con la apariencia “niña del exorcista” que manejábamos ayer, día horizontal por excelencia. Despeinadas, con ojeras hasta el suelo y un pijama cutre para estar por casa lamentándonos de nuestra mala resaca.

 



Es decir, ligar con una chica en una boda quizá no sea tan buena idea, porque el bofetón del día B –de boda- (pelo ideal, maquillaje perfecto, tacones de infarto, sonrisa perenne) al día B+1 (niña del exorcista que gruñe) es monumental. Tenedlo en cuenta, hombres del mundo, quedáis avisados.

 

Tenedlo también en cuenta cuando tengáis a la invitada que se tiene que preparar amaneciendo al alba para ponerse guapa en casa junto a vosotros. Nada de comentarios tipo “¿Pero te vas a levantar YA?” o “Madre mía, ¿pero qué te vas a hacer, mujer?”. Porque sí, me levanto YA, y tengo mucho por delante, y no se te ocurra estar entrando y saliendo que este es MI momento y necesito el baño entero y en exclusiva para mi. Ah, y nada de meter presión, que suficiente agobio llevamos nosotras encima.

 

Al igual que en toda boda, tuvimos ríos de vino, mares de champagne, océanos de vodka, bailes desenfrenados, pies doloridos por los taconazos, fotos en posturas inverosímiles y juramentos de amistades para toda la vida con completos desconocidos hasta el día B.

 

Vamos, que lo pasamos bien. Qué digo bien, lo pasamos GENIAL.

 




 

Como no podía ser de otro modo, mi querido novio, ese chico que venía de acompañante y que no conocía a nadie, acabó haciendo súper grupo de amigos con el hermano del novio, algunos amigos solteros del novio y más hombre-acompañantes colgados. Ya conocéis a mi amado novio, un chico con problemas para relacionarse con la gente.

 

No sé ni los chupitos que se bebieron para celebrar haberse encontrado en sus vidas. Un acierto esto de hacer amigos-de-bodas, pero un error común darse a los chupitos en la barra libre pudiendo pedir copas como Dios manda. ¡Meeec!

 

Otro error típico de los banquetes es creerse inmortal. Según vamos adquiriendo experiencia en bodas (y se adquiere a una velocidad vertiginosa, porque de repente a todo el mundo le da por casarse a la vez) aprendemos que no todo puede ser darse a la bebida. Sí amigos, aunque nos parezca ridículo, hay que alternar el alcohol con la ingesta de agua mineral natural.
 

 

Aunque haya graciosillos que nos digan “Oye, oye, oye, que estás bebiendo agua. Cuidado ¿eh?” o “¿Pero  estás bien? ¿Te pasa algo? Que eso que tienes en la copa es ¡AGUA!” o incluso un hiriente “Vaya súper gay te estás haciendo, con agua, qué vergüenza”.


 

No nos dejemos llevar por la masa enloquecida y emocionada por el convite y la bebida gratis. Recordad que es una carrera de fondo en progresión ascendente. Así que, si no queréis tener un final de fiesta difuso, penoso, o incluso lamentable: bebed agua, vuestro cuerpo os lo agradecerá.

 

Y en esa misma línea os diré el perfecto combo químico para un domingo más llevadero: omeprazol+ibuprofeno. De nada.

 

Por mucho que creáis tener un estómago de hierro que todo lo soporta, y que esa ridiculez de pastilla amarilla no os va a hacer ni flores, tomadla, no os hagáis los machitos y tomadla (es un error muy común entre varones). Tomaos el maldito omeprazol nada más amanecer el sábado. De lo contrario, es altamente probable que el domingo escribáis algo así como un “Creo que me tenía que haber tomado el omeprazol porque estoy fatal de las tripas”. Así, con tripas en plural, que es muchísimo peor que un dolor normal.

 



Si ya sabemos todos que vamos a tener resaca, no nos hagamos los dignos y los sanos y los “yo no tomo pastillas”, que no tomarse el omeprazol es jugársela inútilmente, y empeorar el domingo de una forma ridícula y bastante gratuita. He dicho.

 

Por otro lado, mujeres invitadas a las bodas: hay que llevar un zapato plano para cuando ya no se puede más. Aunque seáis de esas que dicen sin pestañear “no, si yo los tacones los aguanto muy bien” o “estos zapatos los tengo súper trotados, no me van a doler” o las del “¿Y dónde quieres que meta un zapato plano, si el bolso es de tamaño ridículo?”.

 
 
 

 
Mi amiga Cremitas (sí, ella también era una de las invitadas a la boda) era de estas que decía que ella lleva tacones a diario y que esos zapatos que llevaba el sábado eran ideales y súper cómodos y nada le iba a doler. Bien. Pues acabó con unas chancletas dos tallas mayor que su número de pie –cortesía de Bailarina- y los deditos cosidos a esparadrapo, porque según parece ese día a sus pies les dio por hincharse a las seis horas de permanecer en pie con los tacones puestos. Qué caprichosos.

 

Una servidora que os escribe era de las de “¡Bah! Yo no necesito llevar calzado plano. Cuando dejemos el convite a medianoche y volvamos al centro, antes de ir de bares paso por casa y me cambio”. De este modo, fui viendo como todas las mujeres invitadas a la boda iban paulatinamente bajando de sus taconazos y poniéndose unas maravillosas bailarinas  menos yo, que seguía subida a los tacones y parecía la invitada Drag Queen del evento.

 





Aguanté, junto con Cremitas que tampoco tenía calzado plano, los tacones estoicamente hasta medianoche. Como sabréis, quedarse descalza en la pista de baile no es una opción, eso es de abuelilla pueblerina  que baila con los brazos en jarras cual jotera y aquí Cremitas y yo no estábamos por la labor de caer tan bajo.

 

Apuntad lo de no quedarse descalza en la pista de baile, que está feísimo.

 

Eso sí, a medianoche yo tenía que ir a casa a por calzado plano para Cremitas y para mi, y no estaba dispuesta a dar un paso más que los imprescindibles hasta llegar a casa. De este modo, le metí al señor conductor del autobús una paliza de dimensiones bíblicas para que hiciera un alto en el camino y me parara en casa antes de llevar al groso de los invitados a la zona de fiesta. Y no os lo vais a creer pero a pesar de la macro paliza, las 6 horas de barra libre, las tres de comida y la hora y media de cocktail, ¡Me hizo caso!

 

El súper amable, empático, simpático y bondadoso señor conductor me paró al ladito de casa, y pude ponerme zapato plano y seguir la fiesta con el resto de los invitados en un momentito. Fue genial, y creo que lo voy a recordar toda mi vida (es probable que el señor conductor también), pero no siempre se puede tener semejante buenísima suerte. Así que: calzado plano.

 


Por último, queda terminantemente prohibido durante una boda: discutir, enfadarse, intentar arreglar el mundo fumando un cigarro detrás de otro en la terraza, tener una borrachera llorona o pasarse de rosca con el alcohol y acabar la noche de malas maneras.
 



Y una última anotación que supongo que no le servirá a nadie más que a mi, que en ocasiones soy lerda perdida: si estáis en el ascensor listas para salir a la calle y pensáis “Jo, llevo todo el neceser con las pinturas y la verdad es que ya no me voy a retocar, lo quiero dejar, pero ahora volver a subir a casa… qué pereza. ¡Ya se! Voy a dejarlo en el buzón de casa, ¡Qué cuca eres, Bailarina!”.

 

Bien, si pensáis esto, y lo hacéis, al menos recordad que lo habéis hecho cuando volváis, o recordadlo el domingo y bajad a por ellas. Afanaos al máximo en recordarlo, porque de lo contrario os pasará lo que me ha pasado a mi hoy, y es que he tenido que bajar a por mi maquillaje en pijama a las 7 de la mañana al portal para poder salir a la calle con una cara medianamente digna. El momento “¿Pero dónde he metido yo el maquillaje si puede saberse? A ver, a ver… ¡Ay…joder! ¡Que está abajo! Qué cuca eres, Bailarina, qué cuca eres… joder” ha sido muy ingrato.
 


 

Tras estas líneas de actuación, disfrutad de vuestros próximos enlaces.