No, no
hablamos del día que yo nací. A pesar de que para mi santa madre fuese un día
para recordar, hoy os voy a contar a mis dos fieles lectores anónimos -que no
sé ni cómo habéis llegado a parar aquí, os admiro- el día que mi madre no tiene
tantas ganas de rememorar.
Allá
por 2001 contaba yo con 16 años y era una hormona con patas que la víspera de
la Virgen (14 de agosto) iba a ir a un “baile de gala” en la discoteca IT de la
ciudad. Era la primera vez que iba y me iba a disfrazar con un vestido largo;
para más inri, no tenía hora de llegada a casa, ¿qué más podía pedir? Felicidad
adolescente.
Sin
embargo, no era un día de fiesta aislado, sino que la víspera de la Virgen se
encuentra en medio de la semana de “fiestas” en mi ciudad, así que las noches
anteriores (y posteriores) al día D también se salía de fiesta, eso sí, con
restricciones: en casa a las 2, no vuelves sola, y a tu llegada estaré
despierta para que me cuentes qué tal la noche mientras te audito el aliento a
ver qué has bebido/fumado y como te pille te enteras. (Esa es mi madre, sí. Mi
padre era igual pero sin voluntad de quedarse despierto hasta las 2, así que a
mi madre le tocaba ser el poli malo).
Total,
que la noche anterior al día D salí a una estupenda verbena llena de hormonas
con patas ingiriendo alcohol, con tan mala pata (y nunca mejor dicho) que mi
piececito fue a parar a un cristal que me hizo un ínfimo corte en la planta del
pie. Me limpié, me puse una tirita y la noche pasó sin contratiempos hasta que
llegué a casa a mi examen diario.
-¿Qué tal la
noche?
-Pues bien,
divertida, pero puuuuuf, cómo va la
gente, yo no eh, que no bebo ni gota (ejem) pero la gente, pasadísima.
-Ya, ya.
-Además, que dejan
todas las botellas tiradas en cualquier sitio, y mira lo que me ha pasado
-Cara de pánico
maternal- Pero, pero… ¿Qué te ha pasado?
-Pues nada, que
había una botella rota en medio de la gente y como voy con las chancletas se me
ha resbalado el pie y he caído en un cristal, me he hecho un cortecito mínimo,
pero estoy bien.
-¿¡Pero cómo que
bien!? ¿¡Cómo que bien!? ¡Ven aquí que
te vea ahora mismo!
-Que no, de
verdad, que está bien. La señora de la limpieza de los baños públicos me ha
dejado un poco de Betadine –Un poco ingenua era yo creyendo que eso la iba a
aplacar- y me he puesto una tirita grande para proteger. Está tapado y ya no
sangra.
-¿Y cómo sabes que
ya no sangras si lo tienes tapado con la tirita, si puede saberse?
Touché! Y tirón a
la tirita protectora.
-Madre mía, madre
mía. Mañana mismo bajas al médico a que te mire eso, ¡Y que te pongan la
antitetánica! Puedes haber cogido cualquier cosa, madre mía, un cristal en el
pie, y en medio de esa chusma asquerosa, ¡Para cogerte cualquier infección y
morirte ahí mismo!
-Bueno
ya mañana si eso lo hablamos y si vemos que estoy mal o me duele algo bajamos.
Yo me voy a la cama ya, que estoy… ¡Buenas noches!
O cómo
decir “Que sí que sí” pensando “Que no que no, que no bajo ni de broma”. Total,
que a la mañana siguiente, ni corta ni
perezosa mi santa madre me despertó a
las 8 de la mañana para ir al ambulatorio a que me viera el médico de cabecera
–Recordemos, víspera de fiesta de gala, sin hora de vuelta a casa, ergo,
¡¡Había que dormir!!-. No hubo manera de convencerle de que estaba
perfectamente, que solo quería seguir durmiendo para quemar la noche, y que no iba a
bajar a ver a un médico por un corte de 1cm. Nada. Ahí me llevó de los pelos hasta la
consulta del médico, donde me atendió una joven que estaba cubriendo las
vacaciones de agosto del resto de médicos.
La
escena: Una servidora en la camilla con cabeza gacha enseñando el pie, una
médico mirando la mini herida incrédula, y mi santa madre dando todas las
explicaciones del mundo.
-Es que
anoche se cortó con un cristal de una botella en esas fiestas asquerosas y
claro, que puede haberse cogido cualquier cosa, y para que le mirarais si está
todo bien y le pusierais la antitetánica, porque claro, con un cristal del
suelo pues usted dirá si es o no es peligroso, porque es peligroso, ¿Verdad?,
¿Verdad? ¿A que sí?
Y la
doctora, con mucha profesionalidad, le dijo que el corte parecía que iba bien,
que no necesitaba puntos, pero que me iba a desinfectar y tapar la herida, y
que bueno, que teniendo en cuenta que me pusieron la antitetánica con unos
cinco años, pues que un recordatorio de la susodicha no me venía mal. Yo solo
miraba la baldosa del suelo y guardaba silencio.
Fue en
ese instante cuando mi madre, preocupada por su niña, preguntó:
-¿Y va a poder
bailar?
-Pero, ¿Qué haces,
ballet? – preguntó la doctora, confundida, mirándome a mi cara cada vez más roja. Quién sabe, quizá tenía ante sus
ojos a una promesa del baile, a una solista del Royal Ballet de Londres, a una
Reina Cisne teen, pero no, nada más lejos de la realidad.
-No, no. Es que
esta noche tiene “la gala” y a ver si va a poder bailar.
¡TIERRA
TRÁGAME! Deseé mimetizarme con la baldosa del suelo, pero no fue posible. La respuesta
de la médico, una vez tragada la carcajada que se le iba a escapar fue:
-Erm,
ejem… sí, bueno, ningún problema, que se tape bien el pie con una tirita bien
grande y sin problema para bailar esta noche. Si hubiese sido una danza
profesional quizá le habría dolido algo, pero en la gala no tendrá ningún
problema para bailar.
Con esa
respuesta mi madre se quedó mucho más tranquila y yo quedé rebautizada de por
vida por mis amigas como “Bailarina Frustrada”. Y con ello vivo...
P.D:
Perdóname madre por contar esta anécdota al mundo, ¡Pero es que mis queridas
amigas me pedían un blog! Han sido ellas, así que la próxima vez que las veas
sé menos simpática, que te la han jugado.