Últimamente me he dedicado mucho a poner a caer de un
burro a la gente de mi entorno y aun no os he hablado de mi fantástico trabajo.
Hoy os quiero hablar de mi maravilloso empleo porque, afortunadamente, hoy es
mi último día antes de irme de vacaciones al sol ¡Sí!
De este modo, os puedo contar sin que se me avinagre
el carácter ni un poquito que me han puesto a trabajar desde la pasada semana en
una oficina cara al público como “Atención al Cliente”. No es que sea un
trabajo de lo mío pero como no está el horno para bollos pues yo Atención al
Cliente y encantada de la vida.
La problemática del nuevo puesto no está tanto en
las funciones a desarrollar en sí, sino en el emplazamiento del puesto en sí. Sí
amigos, mi problema es el dónde, porque desde hace una semana trabajo en una
fabulosa y a la vez minimalista pecera de cristal, a la vista de todo el mundo,
a pie de calle. M-A-R-A-V-I-L-L-O-S-O.
La parte divertida de este nuevo trabajo es que
hablo con un montón de gente que viene a preguntarme cosas. La parte menos
divertida es que la gente que viene a preguntarme cosas no tiene ni idea de
para qué estoy yo aquí en mi pecera y me consulta cosas que nada tienen que ver
con mi trabajo: cómo llegar al centro de la ciudad, dónde ir de tiendas,
horarios de trenes o de autobuses, y demás información que para más inri, no
tengo. No obstante, procuro ayudar en la medida de lo posible, sobre todo si me
preguntan por las tiendas.
El problema radica en que la pecera estilo minimal y diáfano no tiene un puñetero
cartel que diga un poco de qué va este chiringuito que me han montado, y claro,
la gente se lía. El problema que tengo yo es que cuando llamo “pecera” a la
oficina no estoy exagerando ni un ápice. La pecera es realmente una pecera, de
cristal, totalmente limpia, conmigo dentro en una mesa delante de un ordenador.
Y ya.
En los días buenos pienso que soy la protagonista de
una performance de arte contemporáneo,
donde el artista en cuestión quiere mostrar al público la banalidad del
trabajo, el tiempo que se nos escurre entre los dedos o esas cosas que les
gusta enseñar a estos nuevos artistas postureadores. Porque no me negaréis que
a veces estas cosas modernas que se sacan de la manga son puro postureo.
En los días malos me indigno contra el sistema y
contra los desgraciados de los jefazos que me han puesto aquí mientras ellos
están tan plácidamente escondidos en sus despachos con paredes opacas. Me
cabreo como una mona y suelto a quien me quiere oír que las putas del barrio
rojo tienen más intimidad en los escaparates en los que están que yo en mi
pecera. Y la gente me dice “¡Hala, cómo te pasas!” y yo digo, “No, perdona, es
que es la verdad. Mira la pecera”, y al final acaban dándome la razón, que es
casi lo peor que podrían hacer.
Sin embargo, el jueves tuve una jornada imparable
que empezó siendo muy malo, acabó siendo muy bueno y transformó el nombre de “La Pecera” a “El tanque”.
El motivo es que la primera visita que tuve a la
pecera fue bastante accidentada. Una buena mujer se acercó hacia mí decidida y con
paso firme, pensando que nada se interponía entre nosotras y que yo era la
persona idónea para resolverle sus dudas, y se comió con toda la cara el
impoluto cristal que me rodea. Y cuando digo “se lo comió” estoy siendo bastante
gráfica: su cara chocó con todas sus fuerzas contra el cristal, que se movió y metió
un ruido ensordecedor; ella se cayó hacia atrás de culo contra el suelo y todo
el mundo alrededor pudo disfrutar del show. Evidentemente, la pecera que en ese
momento era “el escaparate del Barrio Rojo” pasó a ser una Performance en toda regla.
La buena mujer golpeada en la cara y sobre todo en
el orgullo, hizo como si no se hubiera dado un golpe jamás en la vida, y una
vez localizó la puerta, entró y me preguntó como si nada hubiera pasado. Lo
peor de todo es que no pude resolverle sus dudas y tuve que dirigirle a otra
oficina. Con el golpetazo que se había dado, pobre. Aun tengo hoy lunes la
marca de su cara en el cristal, no os digo más.
Y el golpe, haciendo de perfecto Efecto Mariposa,
trajo consigo un día de lo más movidito. Un compañero del departamento de prevención vino a
visitarme y le conté la historia, y le dieron los siete males. Según parece mi
impoluta pecera sin una marca que deje ver que ahí hay un cristal es una pecera
ilegal, así que llamó a un súper jefe para que me pusieran unos vinilos ipso facto.
E ipso facto llegaron
a la pecera, atención, no uno sino dos expertos en el arte de la colocación de
vinilos. ¿Cómo se os queda el cuerpo? Porque yo no tenía conocimiento de que
pudiera darse semejante especialización en el puesto de trabajo. Total que
llegaron con las dichosas pegatinas y empezaron su labor de pegado cuando me
llamó mi jefe.
Le expliqué amablemente el suceso acaecido y la
presencia de los vinileitors en la
pecera, y me comentó “Bien, es que en realidad tú no deberías haber ido al
nuevo puesto hasta que estas cosas estuvieran solucionadas, pero al final las
cosas han venido así. Lo de los vinilos lo estuvimos mirando y te lo pondrán
para que estés más discreta, que no sea tan escaparate”.
¡Aleluya! Alguien con criterio en la empresa que
veía que esta no era una forma digna de tener a una persona trabajando, olé por
él. Así que estaba yo tan feliz en mi pecera, acompañada por mis amigos
vinileitors cuando vi que ellos pegaban de una manera que… no. ¡Esas pegatinas
no me tapaban nada!
-Pero ¿Estos son todos los vinilos que hay?
-Sí.
-¿Y están bien así? Quiero decir, ¿no van un poco más arriba,
que me tape un poco la cara?
-No, nos han dicho que pongamos esto así, a ras de la mesa.
-Ya pero es que esto no me tapa nada de nada.
-No, la verdad es que no. ¿Pero te habían dicho otra cosa a ti o
qué?
-Pues sí, me habían dicho que los vinilos me taparían un poco y
que estaría más discreta.
-¿Eso te dijeron? ¡No les creas nada de lo que te digan!
Y ya me desengañé.
Total que lo que tengo son unos hilos de vinilo
blanco que van a ras de la mesa a lo largo de toda mi pecera y llegan al suelo.
Es decir, no me tapan nada y parece que me hayan llenado la pecera de agua.
Me siento como Willy en su tanque. ¡Liberad a Willy!
Y como si eso no fuera suficiente castigo para una
jornada de verano, llegó mi hermana a hacerme una visita. A ver, que la visita
guay, pero se rió a base de bien de mi recién estrenado tanque. Mi hermana, que
está de vacaciones, tiene mucho tiempo para venir y buen humor de sobra para
cachondearse de mí. En cuanto vio la pecera me dijo:
-Qué graciosa estás en tu pecera, es que se te ve de
pleno ¿Eh? A ver a ver, haz “así” y yo te saco una foto con el móvil desde
fuera.
Y por “así” se refería a taparme la nariz con una
mano y poner en alto la otra mientras me contoneaba a lo largo del tanque para su
propio regocijo. Y yo que soy lerda fui y se lo hice, y la verdad que está
divertido. Liberas tensiones y ahora currar en el tanque es guay, en una oficina
normal no podría hacer de bailarina submarina.
Como no podría ser de otro modo, mi querida hermana
me visita cada día desde entonces y nuestro saludo es el contoneo de cuerpos
con nariz tapada y mano en alto de manera simétrica tanto dentro como fuera del
tanque. Que se preparen las de sincro, que con este gesto las destronamos, fijo.
Con esta performance nos estamos ganando a los viandantes, que cada vez son
más.