10 de junio de 2013

OPERACIÓN BIKINI LAST MINUTE, O CÓMO INTENTAR SALVAR LOS MUEBLES EN JUNIO


A veces pienso ¿Pero qué hago yo contándoos mi vida? Si total, tengo una vida de lo más normal. Pero claro, luego me pasan unas cosas que digo “Madre del amor hermoso, esto al blog, porque no puede ser que pase esto, hay que contarlo al mundo”. Y como ponerme el ridículo se me da bastante bien, al blog que se va.

El caso es que el pasado mes de mayo me apunté in extremis al gimnasio para intentar salvar los muebles y lucir un cuerpo que no sea de blandiblú este verano. Mi deseo secreto es lucir un vientre plano envidiable y un cuerpazo escultural tipo Elle Macpherson, y la verdad es que con la de horas que estoy metiendo en el gimnasio me lo merezco, las cosas como son (La cara de Elle Macpherson también me gustaría tenerla pero soy consciente de que eso no me lo dan haciendo deporte).  Llevo un mes sufriendo agujetas por todo mi cuerpo; cuando no son las piernas me duelen los brazos o la espalda, y ayer descubrí que no podía hacer un abdominal más porque me dolían las entrañas como si me estuvieran clavando agujas.

Me duele todo eso, y el orgullo.
 

Porque claro, el cuerpo es un desagradecido de mierda total. Resulta que te vas un poquito de cañas, te tomas un aperitivito de nada, sales de fin de semana gastronómico  o te das un pequeño homenaje de ciento en viento y ¡ZASCA! El proceso de desparramamiento de tu cuerpo serrano empieza casi antes de que te lleves la copa de vino a la boca. Desagradecido total, ya lo he dicho. Ni que le diera yo cosas malas para comer. Sin embargo, ya puedes matarte a hacer clases de todo en el gimnasio, que la diferencia un mes después de haber empezado a matarte es mínima, pero mínima minimísima (doy fe).

En mi caso, mi relación con el deporte es de muchas idas y venidas. En plan relación tormentosa. Me pasa también con la lectura: cuando pillo un libro entre manos lo devoro, pero puedo estar meses sin leer (bueno, muchos meses tampoco, no vayáis a pensar que soy semi analfabeta).

Pero volviendo al deporte, llevaba un año sin hacer nada de nada, fundamentalmente por pereza. Eso sí, hace un año me mataba a hacer spinning, un ejercicio aeróbico muy útil para los que, como yo, hacemos un estrepitoso ridículo en las clases de aerobic. Porque el aerobic tipo Eva Nasarre se me da fatal. Yo es que soy más de coreografía libre que de ir siguiendo unas pautas establecidas, con lo cual en clase voy a contracorriente, y queda feo de cara a la homogeneidad de todos-haciendo-lo-mismo-al-mismo-tiempo. Qué le voy a hacer, yo he nacido para ser bailarina solista, la Reina Cisne del gym. Por eso en la bici quietecita se está fenomenal, anclo los pies al aparato y ya de ahí no me muevo.



El caso es que he iniciado mi nueva etapa en el deporte en un estupendo gimnasio último modelo súper cool, y adaptado para personas con alguna discapacidad. Para empezar he tenido que deshacerme de todas las prendas de mi relación anterior con el deporte y dejarme sponsorizar por Kalenji, todo ropitas nuevas. El objetivo de esto es motivacional, porque estrenar ropa me vuelve loca, y también para no desentonar con el glamour que hay en el ambiente.

Para seguir, y teniendo en cuenta que empecé en mayo –muy justa para llegar a verano con un cuerpo enseñable-  hago de todo: spinning como hasta ahora, pero también GAP, ABS, Body Building y circuit Express.

¿Que qué significan todas esas siglas que se supone que son clases? Básicamente: LA MUERTE. Son una especie de entrenamientos militares de tonificación muscular con los que sudo la gota gorda. Huelga decir que con lo blanda que estoy y lo regular que se me dan las clases, el ridículo que hago en ellas es bestial. Teniendo en cuenta que el centro es adaptado, a veces me encuentro a mi misma pensando en medio de la clase de GAP si cobrarán subvención por tenerme ahí haciendo el minga.

No, la concentración no es lo mío, pero es que doy muchísima lástima. Sin embargo, no me amilano, y ahí estoy haciendo mis ejercicios sin prisa pero sin pausa. Hasta aquí todo “bien”. Yo hago el ridículo en la intimidad de la sala de fitness y tan solo los compañeros de clase son conscientes de la pena que doy.

Pero claro, resulta que voy a unas clases de muy alto nivel, con gente a la que le encanta lucir su figura y con un monitor con dejes exhibicionistas, y para esa gentuza hacer ejercicios recogidos en una sala cerrada al público pues como que no les apasiona. Ellos quieren lucir sus cuerpos al sol, mostrar al común de los mortales esos músculos esculpidos por los Dioses, demostrar el esfuerzo titánico que realizan con las mancuernas. Les pone ese rollito. De esta manera el pasado martes el monitor nos suelta así de sopetón:

-Oye, chicas –en clase también hay hombres pero él habla en femenino, en plan modernita- ¿Qué os parece si la próxima clase la hacemos en la playa? Dicen que va a hacer sol, así aprovechamos la clase y hacemos los ejercicios en la arena ¿Sí? Traed agua –como si en una clase normal no rozáramos la deshidratación- y una gorra para el sol.

Sí, el gimnasio está al lado de la playa. Y a pesar de mi cara de terror y mis ojos de “Esto NO puede ser posible”, al resto de compañeros la idea les pareció maravillosa. Y al desgraciado de Lorenzo, que nunca sale a dar calor, la idea también le debió de parecer fantástica, porque el día D lucía un sol de escándalo a las siete de la tarde. FATAL.



Así que allí que llegamos al gimnasio, y casi todas estaban ya listas esperando para salir a la playa. Yo, en vaqueros, alucinando con las ganas de la gente de ir a lucirse a la arena. En fin. Me cambié y salimos a la playa con unas mancuernas en una mano y un bosu en la otra.

Para los que no sabéis qué leches es un bosu, foto –no os preocupéis, yo tampoco sabía lo que era hasta que me metí en este gimnasio último modelo, lo normal es no conocerlo, que no os engañen-.


 

Y nada, ahí nos hicimos la clase al sol. Bien pegaditos al paseo marítimo para que se nos viera, haciendo promoción a tope. Según empezamos a hacer las primeras sentadillas se empezó a apelotonar la gente a nuestro alrededor, y hubo quien no se movió de allí en toda la hora que duró la clase. Encima se les veía que ponían cara de “Pse, pues esto tampoco es para tanto”. ¡No te jode, que lo hagan si se atreven!

Quien no vio el show seguro que recibió alguna foto del espectáculo, porque todo el mundo que pasó por allí sacó su Iphone, Blackberry, Smartphone o similar para retratar el momento. Lo peor de todo es que allí todo el mundo estaba encantado con ese espectáculo dantesco excepto yo, que viví uno de los peores “Tierra trágame” de mi vida. La estampa era la siguiente: todo el mundo haciendo los ejercicios aeróbicos acrobáticos súper bien y súper contentos y después yo, en última fila a rebufo del resto, sudando y jurando en arameo, al 50% de lo que hacían los demás. Entonces me imaginaba a la gente diciendo “¡Mira esa de la última fila! ¡Qué mal lo hace, qué pena da!” y me cabreaba aun más.

¿Y os creéis que esa clase me ha minado la moral y me ha hecho esconderme? ¿Creéis que no voy a volver a ese gimnasio nunca más? ¡No señores! Porque a pesar de mi cabreo con todos esos desconocidos que presuntamente me miraban mal, dos de los miles de espectadores que pasaron por allí a ver la clase fueron… Mis queridos padres. Y tener fans entre el público ayuda mucho, qué digo mucho ¡Una barbaridad!



Al acabar la clase llamé a mi padre, que vive en un universo paralelo al real y para él sus niñas –mi hermana y yo- somos las mejores. Le pregunté qué tal me había visto y me dijo:

-Has estado súper bien, de verdad. Pensaba que iba a quedar más forzado esto de salir a hacer una clase a la playa pero qué va, ha sido muy natural, muy natural, y se os veía muy bien. Se ve que hay buen ambiente, y que te ríes mucho. Y no estás descolgada del grupo para nada, ¿Eh? Haces muy bien todos los ejercicios y sigues el ritmo muy bien.  Tu madre me dice que la técnica que tienes es buenísima también. Todo muy bien, muy bien, muy bien.

Pues eso, que soy casi casi la mejor de la clase. ¿No os lo había dicho? Hoy al gimnasio otra vez.