A veces pienso ¿Pero qué hago yo contándoos mi vida? Si
total, tengo una vida de lo más normal. Pero claro, luego me pasan unas cosas
que digo “Madre del amor hermoso, esto al blog, porque no puede ser que pase
esto, hay que contarlo al mundo”. Y como ponerme el ridículo se me da bastante
bien, al blog que se va.
El caso es que el pasado mes de mayo me apunté in extremis al gimnasio para intentar
salvar los muebles y lucir un cuerpo que no sea de blandiblú este verano. Mi
deseo secreto es lucir un vientre plano envidiable y un cuerpazo escultural
tipo Elle Macpherson, y la verdad es que con la de horas que estoy metiendo en
el gimnasio me lo merezco, las cosas como son (La cara de Elle Macpherson
también me gustaría tenerla pero soy consciente de que eso no me lo dan haciendo
deporte). Llevo un mes sufriendo
agujetas por todo mi cuerpo; cuando no son las piernas me duelen los brazos o
la espalda, y ayer descubrí que no podía hacer un abdominal más porque me
dolían las entrañas como si me estuvieran clavando agujas.
Me duele todo eso, y el orgullo.
Porque claro, el cuerpo es un desagradecido de mierda total.
Resulta que te vas un poquito de cañas, te tomas un aperitivito de nada, sales
de fin de semana gastronómico o te das
un pequeño homenaje de ciento en viento y ¡ZASCA!
El proceso de desparramamiento de tu cuerpo serrano empieza casi antes de que
te lleves la copa de vino a la boca. Desagradecido total, ya lo he dicho. Ni
que le diera yo cosas malas para comer. Sin embargo, ya puedes matarte a hacer
clases de todo en el gimnasio, que la diferencia un mes después de haber
empezado a matarte es mínima, pero mínima minimísima (doy fe).
En mi caso, mi relación con el deporte es de muchas idas y
venidas. En plan relación tormentosa. Me pasa también con la lectura: cuando
pillo un libro entre manos lo devoro, pero puedo estar meses sin leer (bueno,
muchos meses tampoco, no vayáis a pensar que soy semi analfabeta).
Pero volviendo al deporte, llevaba un año sin hacer nada de nada,
fundamentalmente por pereza. Eso sí, hace un año me mataba a hacer spinning, un ejercicio aeróbico muy útil
para los que, como yo, hacemos un estrepitoso ridículo en las clases de
aerobic. Porque el aerobic tipo Eva Nasarre se me da fatal. Yo es que soy más
de coreografía libre que de ir siguiendo unas pautas establecidas, con lo cual en
clase voy a contracorriente, y queda feo de cara a la homogeneidad de
todos-haciendo-lo-mismo-al-mismo-tiempo. Qué le voy a hacer, yo he nacido para
ser bailarina solista, la Reina Cisne del gym.
Por eso en la bici quietecita se está fenomenal, anclo los pies al aparato y ya
de ahí no me muevo.
El caso es que he iniciado mi nueva etapa en el deporte en
un estupendo gimnasio último modelo súper
cool, y adaptado para personas con alguna discapacidad. Para empezar he
tenido que deshacerme de todas las prendas de mi relación anterior con el
deporte y dejarme sponsorizar por Kalenji,
todo ropitas nuevas. El objetivo de esto es motivacional, porque estrenar ropa
me vuelve loca, y también para no desentonar con el glamour que hay en el
ambiente.
Para seguir, y teniendo en cuenta que empecé en mayo –muy justa para llegar a verano con un cuerpo enseñable- hago de todo: spinning como hasta ahora, pero también GAP, ABS, Body Building y circuit Express.
Para seguir, y teniendo en cuenta que empecé en mayo –muy justa para llegar a verano con un cuerpo enseñable- hago de todo: spinning como hasta ahora, pero también GAP, ABS, Body Building y circuit Express.
¿Que qué significan todas esas siglas que se supone que son
clases? Básicamente: LA MUERTE. Son una especie de entrenamientos militares de
tonificación muscular con los que sudo la gota gorda. Huelga decir que con lo
blanda que estoy y lo regular que se me dan las clases, el ridículo que hago en
ellas es bestial. Teniendo en cuenta que el centro es adaptado, a veces me
encuentro a mi misma pensando en medio de la clase de GAP si cobrarán
subvención por tenerme ahí haciendo el minga.
No, la concentración no es lo mío, pero es que doy muchísima
lástima. Sin embargo, no me amilano, y ahí estoy haciendo mis ejercicios sin
prisa pero sin pausa. Hasta aquí todo “bien”. Yo hago el ridículo en la
intimidad de la sala de fitness y tan
solo los compañeros de clase son conscientes de la pena que doy.
Pero claro, resulta que voy a unas clases de muy alto nivel,
con gente a la que le encanta lucir su figura y con un monitor con dejes
exhibicionistas, y para esa gentuza hacer ejercicios recogidos en una sala
cerrada al público pues como que no les apasiona. Ellos quieren lucir sus cuerpos
al sol, mostrar al común de los mortales esos músculos esculpidos por los
Dioses, demostrar el esfuerzo titánico que realizan con las mancuernas. Les
pone ese rollito. De esta manera el pasado martes el monitor nos suelta así de
sopetón:
-Oye, chicas –en clase también hay hombres pero él habla en
femenino, en plan modernita- ¿Qué os parece si la próxima clase la hacemos en la playa? Dicen que
va a hacer sol, así aprovechamos la clase y hacemos los ejercicios en la arena
¿Sí? Traed agua –como si en una clase normal no rozáramos la deshidratación- y
una gorra para el sol.
Sí, el gimnasio está al lado de la playa. Y a pesar de mi
cara de terror y mis ojos de “Esto NO puede ser posible”, al resto de
compañeros la idea les pareció maravillosa. Y al desgraciado de Lorenzo, que
nunca sale a dar calor, la idea también le debió de parecer fantástica, porque
el día D lucía un sol de escándalo a las siete de la tarde. FATAL.
Así que allí que llegamos al gimnasio, y casi todas estaban
ya listas esperando para salir a la playa. Yo, en vaqueros, alucinando con las
ganas de la gente de ir a lucirse a la arena. En fin. Me cambié y salimos a la
playa con unas mancuernas en una mano y un bosu en la otra.
Para los que no sabéis
qué leches es un bosu, foto –no os preocupéis, yo tampoco sabía lo que era
hasta que me metí en este gimnasio último modelo, lo normal es no conocerlo,
que no os engañen-.
Y nada, ahí nos hicimos la clase al sol. Bien pegaditos al
paseo marítimo para que se nos viera, haciendo promoción a tope. Según
empezamos a hacer las primeras sentadillas se empezó a apelotonar la gente a
nuestro alrededor, y hubo quien no se movió de allí en toda la hora que duró la
clase. Encima se les veía que ponían cara de “Pse, pues esto tampoco es para
tanto”. ¡No te jode, que lo hagan si se atreven!
Quien no vio el show seguro que recibió alguna foto del
espectáculo, porque todo el mundo que pasó por allí sacó su Iphone, Blackberry,
Smartphone o similar para retratar el momento. Lo peor de todo es que allí todo
el mundo estaba encantado con ese espectáculo dantesco excepto yo, que viví uno
de los peores “Tierra trágame” de mi vida. La estampa era la siguiente: todo el
mundo haciendo los ejercicios aeróbicos acrobáticos súper bien y súper contentos
y después yo, en última fila a rebufo del resto, sudando y jurando en arameo,
al 50% de lo que hacían los demás. Entonces me imaginaba a la gente diciendo “¡Mira
esa de la última fila! ¡Qué mal lo hace, qué pena da!” y me cabreaba aun más.
¿Y os creéis que esa clase me ha minado la moral y me ha
hecho esconderme? ¿Creéis que no voy a volver a ese gimnasio nunca más? ¡No
señores! Porque a pesar de mi cabreo con todos esos desconocidos que
presuntamente me miraban mal, dos de los miles de espectadores que pasaron por
allí a ver la clase fueron… Mis queridos padres. Y tener fans entre el público
ayuda mucho, qué digo mucho ¡Una barbaridad!
Al acabar la clase llamé a mi padre, que vive en un universo
paralelo al real y para él sus niñas –mi hermana y yo- somos las mejores. Le
pregunté qué tal me había visto y me dijo:
-Has estado súper bien, de verdad. Pensaba que iba a quedar
más forzado esto de salir a hacer una clase a la playa pero qué va, ha sido muy
natural, muy natural, y se os veía muy bien. Se ve que hay buen ambiente, y que
te ríes mucho. Y no estás descolgada del grupo para nada, ¿Eh? Haces muy bien
todos los ejercicios y sigues el ritmo muy bien. Tu madre me dice que la técnica que tienes es
buenísima también. Todo muy bien, muy bien, muy bien.
Pues eso, que soy casi casi la mejor de la clase. ¿No os lo
había dicho? Hoy al gimnasio otra vez.