15 de septiembre de 2014

I MISS YOU MOST WHEN AUTUMN LEAVES START TO FALL

Sé que hoy es un día duro para mucha gente, porque ya empezamos a ver que el verano nos está diciendo adiós melancólicamente. Está así como “yo tampoco quiero irme, pero esto es lo que hay Bailarina, lo siento mucho; volveré con fuerza el próximo año”.





Y aquí estoy yo, mirando llorosa las primeras hojas que caen de los árboles en los parques. Siento un aguijonazo en el pecho mientras pienso “esto se acaba, chavales, y se acaba de verdad. Verano, ya puedes venir pronto. Te echaremos de menos”.


Porque yo soy fan del verano. Lo siento pero no hay estación más molona: hay más luz que oscuridad, hace más calor que frío, hay más diversión que tristeza y tenemos más tono bronceado y menos tono Morticia Adams. Además, no te vuelves loca con los calcetines desparejados al colgar la lavadora; y lo de la lavadora, amigos, es el súmmum de la felicidad.




Pero como si todo esto no fuese suficiente, este verano en concreto ha sido genial. Y si algo no era genial, lo genializábamos, y punto. Estoy hablando de nuestras fantásticas vacaciones de amigas.


Nuestro plan de vacaciones era genial: cuatro amigas (por fin las cuatro juntas, no lo habíamos conseguido hasta este año), sol, playa, mojitos, piscina, bloody Marys, arena, martinis, noches de fiesta… Nada podía salirnos mal. Para más inri, íbamos las cuatro en nuestro road trip diciéndonos todo convencidas “sí, sí, es que cuatro es el número perfecto, ya lo enseñaban en Sexo en Nuevo York. ¡Yo me pido Carrie!”, y las otras tres “¡No, Carrie soy yo!”.


Cinco hubiese sido un número aún mejor de viajeras, para que la quinta pudiera abofetearnos a las otras cuatro y decirnos con una mirada fulminante ultra reprobatoria “Hijas de mi vida, dejad de decir chorradas ñoñas por Dios bendito, que no tenéis 15 años”.




Ahora bien, a la quinta le hubiese dado un jamacuco nada más llegar a nuestro destino porque, lamentablemente, aterrizamos en, nada más y nada menos, que, atención, la fábrica de tronistas y pretendientes de Mujeres, Hombres y viceversa: ¡¡Chonilandia!!


Qué borrachera de colores flúor, tetas siliconadas, prendas con flecos, tacones de vértigo, gorritas ridículas, musculitos tipo croissant, extensiones, uñas de gel o tinte rubio pollo reseco en el pelo.


Oh Dios, aquél lugar era digno de estudio. Íbamos las cuatro como si más que de veraneo estuviésemos emulando a Félix Rodríguez de la Fuente en uno de sus documentales. Estudiábamos sus atuendos, su forma de comunicarse, sus fallidos rituales de apareamiento (con nosotras), sus exitosos rituales de apareamiento (entre ellos). Toda una odisea.



Ya vimos que en aquellos parajes, lo de ir vestidas con nuestros trendy trapitos en plan Sexo en Nueva York estaba muy de más, al menos si queríamos sobrevivir a las vacaciones. No sé si fueron los martinis o el sol que nos dio en la cabeza en exceso, pero decidimos desarrollar un alter ego para nuestras vacaciones en Chonilandia: íbamos a hacernos pasar por Chonis.

Más concretamente, íbamos a ser: Vane, Lore, Ania y Amy.




Perdón. LA Vane, LA Lore, LA Ania y LA Amy. Asi sí (una fan de sexo en NY acaba de morir en este momento).


Y, ni cortas ni perezosas, salimos una de las noches totalmente transformadas y con un maquillaje digno de las mejores transformistas de Chueca. Unas chonis de cuidado.


Outfit: Falda de volantes en colores flúor rescatada de las mismísimas Mamachicho, camiseta de tirantes blancas enseñando los tirantes del sujetador –también flúor, eso era obvio, ¿no?-, sujetador súper push up que te deja las tetas a la altura de las amígdalas, y unas sandalias de tacón con las que no puedes caminar, pero es aun mejor que ir de plano porque andar como un pato o ir descalza con los tacones en la mano suma puntos al look choni.





Cabello: el pelo es súper importante para completar el disfraz, y está mal que yo lo diga, ¡¡Pero lo bordé!! Me puse un flequillo que atravesaba toda mi frente desde una raya que me nacía en la oreja izquierda y me iba hasta el otro lado en plan “lamido de vaca”, con extra de sujeción gracias a medio bote de laca que le dio un efecto así como de casco de la Segunda Guerra Mundial.


Y por último, la crème de la créme de una chacha con ganas de marcha: el maquillaje festivalero. Aquí, tengo que decir sinceramente que admiro a las chonis con todo mí ser.


¿Cuánto tiempo tardáis en maquillaros?


¿Qué presupuesto anual tenéis para maquillaje? Porque yo con una sola sesión de “belleza” casi gasto toda la sombra de ojos de un año y un bote de eyeliner entero.




¿Cómo podéis ir súper maquilladas por las mañanas con la precisión ingenieril que requiere esas cosas que os hacéis en la cara?


Y, por último pero no por ello menos importante: ¿¿con qué narices os desmaquilláis??? Dos días después de la noche de chonis seguía teniendo restos de maquillaje en los ojos, ¡¡sois increíbles!! Parecía un puñetero mapache cuando salía de la piscina.


Nosotras nos tiramos 45’ (sí, tres cuartos de hora) de reloj cada una delante del espejo para ponernos en una sola noche el maquillaje de dos semanas y lo que nos quedó fue un look más o menos “natural”. No acertamos a encontrar qué más nos podíamos poner.


Ahora bien, esto de pintarte como una puerta traspasa los poros de tu piel y el producto te afecta al cerebro, porque no os podéis hacer una idea de lo estupenda que me salía la cara de guarrilla, ¡¡Era una auténtica devoradora de canís!!



Ahora pongo morritos como hacía ese día o abro la boca sugerentemente y parezco subnormal, pero guarra, lo que se dice guarra, no. Es el poder del color. Soy una guarrilla de palo.


Pero ese día, ESE DÍA, éramos las más guarrillas, las más pintadas, las más chungas, las más tetonas y las más chonis del lugar, era una cosa tan tan TAN exagerada, que pensábamos que se iban a dar cuenta de que era un disfraz. Y sin embargo…


¡¡Pasamos totalmente desapercibidas!! Ya no es que se pensaran que éramos así, ¡es que estábamos discretitas para la fauna que se movía por allí, y eso que llevábamos tres puntos negros en el ojo! ¿No es eso lo más hortera que te puedes echar a la cara?




Pero lo peor, lo peor de todo, es que cuando nos preguntaban cómo nos llamábamos, el nombre de La Amy colaba como bueno y sin embargo el de Vanessa, ¡¡NO!! ¡Que mi amiga no tenía cara de Vane para nada!


En serio, ¿Amy sí y Vane no? ¿Qué problema tenéis? Ahora bien, que la Vane está encantada de que no colara.




El año que viene volverán la Amy, la Ania, la Lore y… ¿sugerencias?