Como os he contado
en varias ocasiones, ir a una sesión de depilación láser es una experiencia
semi religiosa en mi vida: siempre me pasa algo (ya os he escrito sobre estos
sucesos en posts anteriores aquí y aquí también. Lo sé, soy muy sota, caballo y
rey, os pido disculpas).
Un resumen de lo que
ya os he contado: que si vete allí, ponte una braga ridícula, aguanta
estoicamente los calambrazos de esa esteticién hija de una hiena con voz
suavecita que te habla dulcemente, y ahora también, disfruta de ese maravilloso
previo a la láser con ese tinglado fantástico de untarse de crema anestésica el
cuerpo serrano (y, por supuesto, que tu
madre se crea que se te va a anestesiar hasta el alma y vas a aparecer tirada
en el suelo dormida como si fueras la Bella Durmiente), y envolverte toda tú en
film transparente.
O lo que mi hermana,
esa mujer que en ocasiones tiene una crueldad verbal insultada, lo llama “El choricico”. Sí, amiga sufridora de
la depilación láser: que sepas que cuando te vas a un centro estético haciendo cras-cras-crás por el camino, y tú
toses para disimular el ruidito que vas haciendo porque estás envuelta en ese
film, mi hermana te llama choricico.
Y ya que estamos,
que sepas que la tos no te disimula nada la banda sonora de cras-cras-crás, así que ni lo intentes. Pero
bueno, volvamos a la actualidad, porque en mi operación "Puesta a punto para verano
2014", esta semana pasada me ha tocado la última sesión de láser antes de
volverme una lagarta tanoréxica.
Esto significa que:
1.- A día 9 de
junio, sigo pareciendo copito de nieve. Pero esto se acaba YA MISMITO. Empieza mi
mutación a mulata sabrosona. ¡Viva Mozambique!
2.- Tengo algo que
contaros sobre mi experiencia láser (otra vez, sí). Os juro que intenté hacer
las cosas bien y no dar la nota en la depiladora, pero es que siempre me pasa
algo, no lo puedo evitar. Yo os prometo que lo he intentado, pero nada, no hay
manera, chica. Mi afán de protagonismo siempre me supera.
En esta ocasión, mi
gran error fue como consecuencia de un mal uso de la crema anestésica, y es que
se ve que tengo una curva de experiencia muy poco desarrollada. Vamos, que la
cagué con a cremita.
La cosa es que me
apliqué el ungüento, me envolví en el plastiquito, ¿Y qué hice?
Adivinad, amigos.
Pista: ¿Hemos
aprendido algo de Scartlett Johansson?
¿De esas súper famosas a las que les hackean el móvil y las muy guarrillas se han hecho selfies en pelotas que al final las ve medio planeta?
¿No os han dicho vuestros padres (en una brutal renovación de charla parental) eso de “a ver tú qué fotos te sacas y a quién se las mandas por ese guasá que aquí sois todas amiguísimas para toda la vida pero luego ZAS, te la clavan suciamente por la espalda y todo Cristo con tu foto en su móvil”?
¿De esas súper famosas a las que les hackean el móvil y las muy guarrillas se han hecho selfies en pelotas que al final las ve medio planeta?
¿No os han dicho vuestros padres (en una brutal renovación de charla parental) eso de “a ver tú qué fotos te sacas y a quién se las mandas por ese guasá que aquí sois todas amiguísimas para toda la vida pero luego ZAS, te la clavan suciamente por la espalda y todo Cristo con tu foto en su móvil”?
Noooooo. No hemos
aprendido nada.
Y por ese motivo, una
que os escribe, en plan teenager inconsciente
y rebelde a la que esas charlas le chupan un pie, me planté delante del espejo
en bragas y con el choricico puesto, y me saqué una foto ridícula hasta decir
basta (por lo menos no se me ve la cara así que siempre puedo negar que ese
cuerpo envuelto en film sea el mío).
Y como no conozco el
pudor, le mandé la foto a mi hermana por whatsapp con un mensaje que rezaba “te
lo dedico”. En plan musa del Albal.
Soy así, no conozco
el miedo y vivo siempre a límite. Cuando voy a la pelu y me hago las mechas, me
envuelven los mechones en papel albal (¡qué curioso, el albal es una constante
en mi vida!) y me hago siempre siempre siempre un súper selfie con el secador
envolviéndome la cabeza y los albales en la cabellera.
Me encanta esa foto (esta no, la mía),
parezco sacada de Star Wars (y me gusta más aun, claro). Y como me gusta tanto, la mando sin contemplaciones
a todo pichichi. Si algún día me hago famosa ME MUERO. Tengo unas fotos muy
turbias por ahí al alcance de cualquiera.
Pero volvamos a la depiladora,
porque lo peor no fue la foto de choricico volando por whatsapp. No. Lo peor de
todo fue que cuando estaba de camino a ese centro del dolor, me di cuenta de
que se me había partido una uña, y decidí hacerme un apaño mordiéndomela.
Qué otra cosa podía hacer.
Cuando llegué a la
sala de espera del centro de belleza ahí estuve, ñan ñam con el dedo en la boca
un par de minutos para hacerme el mínimo destrozo posible. Hasta ahí todo
normal. El problema vino cuando, a los cinco minutos, empiezo a notar un
hormigueo en la boca.
“Ay, que la he liado”.
Me llevo la mano a
la boca, y efectivamente, la he liado. No noto el labio inferior. Lo toquiteo,
lo manoseo, lo pellizco, lo muerdo… nada de nada de nada. Labio inerte. Cara de
pánico, yo sola en la sala de espera estirándome el morro como si fuese una negra
zumbona de labios hiper carnosos. Y cara de pánico.
“¡¡¡Joder, joder,
joder!!! ¡Que se me ha dormido el labio! Pero si me he lavado las manos después
de ponerme la crema esta… ¿Por qué no noto la boca? Dios… ya no sé ni lavarme
las manos bien. Soy gilipollas, ¡soy gilipollas! Me he anestesiado el labio.
Bailarina, eres gilipollas de manual”
Y efectivamente, soy
gilipollas de manual. Pero me estaba riendo en la sala de espera cosa mala. Sin
embargo, ¿por qué fui una auténtica gilipollas-de-manual?
¿Por dormirme el
labio con la anestesia de la depilación?
¿Por estirarme los
morros hasta dejarme la cara roja de la barbilla a la nariz?
¿Por ponerme los
labios como una negra zumbona sabrosona?
No. Soy gilipollas por
coger y contárselo a mis padres por whatsapp en el chat de la familia. Y os
reproduzco la conversación:
Bailarina dice: ¡Hola
familia! Os voy a contar lo que me ha pasado para que os riáis (sigo aquí
esperando). He ido al centro este con la anestesia y parece que no me había
limpiado bien las manos.
Madre de Bailarina
dice: ¿Y?
Bailarina dice:
Porque se me ha partido una uña y me la he metido en la boca (sí, me he
mordido una uña)… ¡¡Y se me ha dormido el labio de abajo!!
Padre de Bailarina
dice: jajajajajaja
Bailarina dice: Soy
leeeeeeeeerda
Madre de Bailarina
dice: ¡Bailarina, por favor!
Bailarina dice: Os
lo juro.
Madre de Bailarina
dice: No es broma. Te puedes envenenar.
Ole, ole y ole.
Olé ahí esa drama
mamá de libro viendo muertes por envenenamiento anestésico. No veáis qué súper
bronca me cayó al día siguiente (sí, a mi edad): que si soy una inconsciente y
me puedo morir y que menos bromas con esas cosas que me doy así a lo loco y
luego mira lo que me pasa, que a ver si no me enseñaron a lavarme las manos
bien, porque es que mira que hace falta ser torpe para que me pase algo así,
que si eso de morderse las uñas ya me ha dicho una y mil veces que no se hace y
luego mira lo que me pasa…
En fin. Aguantamos
el chaparrón estoicamente. Pero de esta ya he aprendido la lección: cuidado con
el Whatsapp.