¿Os
acordáis cuando os dije que me iba de vacaciones a Nueva York y que iba a
parecer Paco Martínez Soria en La ciudad
no es para mí? Bueno, pues como cabía esperar, no he defraudado ni un
poquito. Oh, sorpresa sorpresa.
Para
empezar, me he dado cuenta de que no tengo en absoluto cuerpo de ricachona
aventurera que viaja por el globo terráqueo. Una pena, pero al menos mi
subconsciente ya sabe que nunca voy a llevar una vida de lujos. Todavía hoy estoy
acusando un jet lag de caballo, y eso
que llegamos el viernes a casa.
Mi Querido
Novio y yo hemos tenido grandes conversaciones nocturnas estas vacaciones. Al
otro lado del charco parloteábamos a eso de las 6 de la madrugada sobre lo
divino y lo humano y este fin de semana ya en nuestro hogar dulce hogar hemos
estado arreglando el mundo hasta pasadas las 3.
Evidentemente,
hoy seguimos con el mismo horario caribeño y ambos dos nos queremos morir de
sueño. Mi primer pensamiento del día ha sido “Dios de mi vida, lo que daría yo
hoy por ser mujer florero”, pero nada. Mi Yo inconsciente sabe que no puedo ser
una ricachona-florero pero mi Yo de primera hora de la mañana se aferra a la
posibilidad de que suene la flauta y no tenga que volver a oír sonar un
despertador nunca jamás.
Soñar es
gratis.
En fin, no
os voy a contar mucho de mi súper viaje porque he hecho lo típico y tópico de
una visita a la gran manzana. Ya le dije a mi amado que nada de ponerse en plan
modernito a visitar sitios novedosos y undergroud y hipsters. Yo lo de las
postales de toda la vida: La estatua, comer un perrito, el Empire, la Quinta Avenida
y café y croissant en el escaparate de Tiffany’s.
Y lo he
hecho ¡TODO! Estoy feliz.
No obstante,
no ha sido nada fácil hacer lo folklórico de NYC, no creáis. Y es que ahora lo
que está de moda es ver el Nueva York desconocido, los barrios del norte, las
zonas más alternativas. Todo ello, por supuesto, protegidos en un tour
organizado y en una excursión de una mañana que se llama “contrastes”. Porque
claro, a ver si te crees que te vas a ir tú solita a los más bajos fondos de
Manhattan toda incauta con tu cámara de fotos al cuello y tu cara de paleta de
pueblo.
No señorita,
los patitos de pueblo van con mamá pato en un autobús a ver lo alternativa que
es la urbe a razón de 80 dólares por persona.
Y todos los
guías del mundo mundial se te abalanzan por la calle y te dicen “¿Contrastes?”
o “Hey, chicos, ¿No queréis hacer el tour de contrastes?” o “¿Queréis ver algo
diferente? ¡Contrastes! Me quedan dos plazas”. Y oye, que les decías
amablemente que no y les parecía rarísimo que no quisieras irte con ellos, así
que te insistían y te insistían. Con lo cual, opté por abrir mi corazón y
decirles la verdad, porque el “no gracias” no era suficiente:
-Gracias,
pero no. No queremos ver “Contrastes” porque es que yo es la primera vez que
estoy en esta ciudad y quiero ver lo típico. Vamos a ver “Amor y lujo”, no “Contrastes”.
Se quedaron
tan planchados que los días sucesivos cuando nos veían ya ni nos preguntaban si no
íbamos de excursión con ellos. Nunca pensé que la frase “Amor y lujo” nos fuese
a librar de unos guías acosadores, pero ya veis.
Y ahora, os
voy a contar el gran secreto acerca de Nueva York que nadie dice y que no sale
en las guías: La gran manzana, la ciudad de los rascacielos, la que nunca
duerme, esa, Nueva York, es la ciudad de la electricidad estática.
El que diga
lo contrario miente vilmente.
Será que
vivo en una ciudad que es la micronésima parte de Manhattan, pero he sufrido
más calambrazos en una semana allí que en toda mi vida aquí. Al principio me
aferraba a la posibilidad de que fuese casualidad que estuviese sufriendo
tantas descargas seguidas, pero luego ya tuve que afrontar la realidad: era yo.
Consecuencias
de estar hasta el tope de electricidad estática en mi cuerpo serrano:
-Si llevaba
un rato sin darle la mano a mi Querido Novio, cuando se la tendía primero teníamos de sufrir un calambrazo y
después ya darnos la mano. Pero nuestro amor era más fuerte que un chispazo.
-Abrir la
puerta de la habitación del hotel iba siempre, siempre, siempre precedido de un
“¡Ay, joder, me ha dado calambre!”. Sin excepción.
-La cola
del Empire State Building tiene unas cortinillas de metal para separar unas
zonas de otras que NO HAY QUE TOCAR. Yo la toqué, y me dio un calambrazo que casi
me quedo tonta (sonó ¡¡PAH!! y todo).
Se lo dije a mi Querido Novio y ¿Qué hizo? Sí, él también fue a tocar:
Joe, Bailarina, no sé qué te pasa que te da todo calambre,
¿Cómo puede ser que esta cortina te haya dado chispazo también? Es que eres más
de pueblo que te juntan dos rascacielos y ya tú te car…. ¡¡AY JODER!!! ¡¡QUE ME
HA DADO CALAMBRE!!
Conclusión:
no tocar cortina.
-Por último
pero no por ello menos importante: No lo intentéis, chicas. Ir con el pelo
suelto es mal. Yo lo intenté, y a falta de un escarmiento de un día lo intenté
durante dos jornadas. Al final de sendos días tenía unos mechones sobones que
se me pegaban a la cara y no se soltaban ni a la de tres y otros mechones de
tipo independentistas que volaban a su bola alrededor de mi cabeza. Las fotos
son un HORROR.
Además de
la electricidad estática, hay otra cosa de NY que no se cuenta en las guías
y que hay que saber si eres una pipiola pueblerina como yo:
América ama
las puertas giratorias.
Quizá sea
una tontería y no tengáis ningún problema con ellas. Quizá soy la única lerda
sobre la faz de la tierra, pero, por si acaso, si eres una zurda semi disléxica
emocionada por haber llegado a la gran ciudad como yo… para que lo sepas, la
puerta gira hacia la derecha.
De nada.
Porque mí
llegada al hotel fue BOCHORNOSA. Bajé todo emocionada del bus que nos traía del
aeropuerto y me fui con mi maleta de dimensiones estratosféricas derecha a la
puerta y… no… no se movía. Bueno, es complicado mover una puerta giratoria
cuando entras con una maleta en tu triángulo de la muerte pero aquello no se
movía nada de nada por mucha fuerza que hiciera. Parecía que iba a empezar a
moverse pero se atascaba, ¡Mierda de puerta!
Tuvo que
ponerse una chica en el siguiente triángulo a empujar hacia el otro lado para
sacarme de mi empecinamiento. Mi Querido Novio aun se mea de la risa cuando lo
cuenta. Cuando llegó al otro lado me dijo:
-¿Qué pasa Bailarina,
estás nerviosita de estar en Nueva York que no sabes ni empujar una puerta? ¡Si
es que eres más de campo que las amapolas!
Y, mal que
me pene, razón no le falta.
Un último
comentario antes de acabar el post de hoy, a los padres del niño cabrón de
cinco años que viajaba desde Cuba:
Ese niño
del demonio semilla del mal es vuestro y os lo coméis vosotros solos con
patatas. Meterlo en un avión en un vuelo transoceánico con humanos alrededor es
una CRUELDAD.
Y es que el
niño cabrón no es que fuese un niño al uso que llora en el avión por el cambio
de presión o se aburre en el aeropuerto y hace alguna trastada. No. Él se
tiraba a la cinta de equipajes en marcha, se metía en la máquina de infrarrojos
de los bolsos del control de pasaportes, se escapaba corriendo de sus padres o boicoteaba
el trabajo de los operarios del aeropuerto frenando los carros de equipajes que
llevaban. No tenía una idea sana. Berreaba como si no hubiera un mañana, no
paraba hasta no estar entre los brazos de su madre y encima hacía ver que sus
padres lo “maltrataban” cuando le agarraban del brazo para que parara de hacer
la maldad de turno que se le había ocurrido.
Si queréis
hacer una asociación de damnificados del niño cabrón, estoy dispuesta a empezar
a hacer gestiones.