28 de abril de 2014

AMERICANOS, OS RECIBIMOS CON ALEGRÍA

¿Os acordáis cuando os dije que me iba de vacaciones a Nueva York y que iba a parecer Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí? Bueno, pues como cabía esperar, no he defraudado ni un poquito. Oh, sorpresa sorpresa.



Para empezar, me he dado cuenta de que no tengo en absoluto cuerpo de ricachona aventurera que viaja por el globo terráqueo. Una pena, pero al menos mi subconsciente ya sabe que nunca voy a llevar una vida de lujos. Todavía hoy estoy acusando un jet lag de caballo, y eso que llegamos el viernes a casa.


Mi Querido Novio y yo hemos tenido grandes conversaciones nocturnas estas vacaciones. Al otro lado del charco parloteábamos a eso de las 6 de la madrugada sobre lo divino y lo humano y este fin de semana ya en nuestro hogar dulce hogar hemos estado arreglando el mundo hasta pasadas las 3.


Evidentemente, hoy seguimos con el mismo horario caribeño y ambos dos nos queremos morir de sueño. Mi primer pensamiento del día ha sido “Dios de mi vida, lo que daría yo hoy por ser mujer florero”, pero nada. Mi Yo inconsciente sabe que no puedo ser una ricachona-florero pero mi Yo de primera hora de la mañana se aferra a la posibilidad de que suene la flauta y no tenga que volver a oír sonar un despertador nunca jamás.


Soñar es gratis.


En fin, no os voy a contar mucho de mi súper viaje porque he hecho lo típico y tópico de una visita a la gran manzana. Ya le dije a mi amado que nada de ponerse en plan modernito a visitar sitios novedosos y undergroud y hipsters. Yo lo de las postales de toda la vida: La estatua, comer un perrito, el Empire, la Quinta Avenida y café y croissant en el escaparate de Tiffany’s.





Y lo he hecho ¡TODO! Estoy feliz.

No obstante, no ha sido nada fácil hacer lo folklórico de NYC, no creáis. Y es que ahora lo que está de moda es ver el Nueva York desconocido, los barrios del norte, las zonas más alternativas. Todo ello, por supuesto, protegidos en un tour organizado y en una excursión de una mañana que se llama “contrastes”. Porque claro, a ver si te crees que te vas a ir tú solita a los más bajos fondos de Manhattan toda incauta con tu cámara de fotos al cuello y tu cara de paleta de pueblo.


No señorita, los patitos de pueblo van con mamá pato en un autobús a ver lo alternativa que es la urbe a razón de 80 dólares por persona.


Y todos los guías del mundo mundial se te abalanzan por la calle y te dicen “¿Contrastes?” o “Hey, chicos, ¿No queréis hacer el tour de contrastes?” o “¿Queréis ver algo diferente? ¡Contrastes! Me quedan dos plazas”. Y oye, que les decías amablemente que no y les parecía rarísimo que no quisieras irte con ellos, así que te insistían y te insistían. Con lo cual, opté por abrir mi corazón y decirles la verdad, porque el “no gracias” no era suficiente:


-Gracias, pero no. No queremos ver “Contrastes” porque es que yo es la primera vez que estoy en esta ciudad y quiero ver lo típico. Vamos a ver “Amor y lujo”, no “Contrastes”.


Se quedaron tan planchados que los días sucesivos  cuando nos veían ya ni nos preguntaban si no íbamos de excursión con ellos. Nunca pensé que la frase “Amor y lujo” nos fuese a librar de unos guías acosadores, pero ya veis.



Y ahora, os voy a contar el gran secreto acerca de Nueva York que nadie dice y que no sale en las guías: La gran manzana, la ciudad de los rascacielos, la que nunca duerme, esa, Nueva York, es la ciudad de la electricidad estática.


El que diga lo contrario miente vilmente.


Será que vivo en una ciudad que es la micronésima parte de Manhattan, pero he sufrido más calambrazos en una semana allí que en toda mi vida aquí. Al principio me aferraba a la posibilidad de que fuese casualidad que estuviese sufriendo tantas descargas seguidas, pero luego ya tuve que afrontar la realidad: era yo.


Consecuencias de estar hasta el tope de electricidad estática en mi cuerpo serrano:


-Si llevaba un rato sin darle la mano a mi Querido Novio, cuando se la tendía  primero teníamos de sufrir un calambrazo y después ya darnos la mano. Pero nuestro amor era más fuerte que un chispazo.



-Abrir la puerta de la habitación del hotel iba siempre, siempre, siempre precedido de un “¡Ay, joder, me ha dado calambre!”. Sin excepción.



-La cola del Empire State Building tiene unas cortinillas de metal para separar unas zonas de otras que NO HAY QUE TOCAR. Yo la toqué, y me dio un calambrazo que casi me quedo tonta (sonó ¡¡PAH!! y todo). Se lo dije a mi Querido Novio y ¿Qué hizo? Sí, él también fue a tocar:


Joe, Bailarina, no sé qué te pasa que te da todo calambre, ¿Cómo puede ser que esta cortina te haya dado chispazo también? Es que eres más de pueblo que te juntan dos rascacielos y ya tú te car…. ¡¡AY JODER!!! ¡¡QUE ME HA DADO CALAMBRE!!

Conclusión: no tocar cortina.


-Por último pero no por ello menos importante: No lo intentéis, chicas. Ir con el pelo suelto es mal. Yo lo intenté, y a falta de un escarmiento de un día lo intenté durante dos jornadas. Al final de sendos días tenía unos mechones sobones que se me pegaban a la cara y no se soltaban ni a la de tres y otros mechones de tipo independentistas que volaban a su bola alrededor de mi cabeza. Las fotos son un HORROR.




Además de la electricidad estática, hay otra cosa de NY que no se cuenta en  las guías  y que hay que saber si eres una pipiola pueblerina como yo:

América ama las puertas giratorias.


Quizá sea una tontería y no tengáis ningún problema con ellas. Quizá soy la única lerda sobre la faz de la tierra, pero, por si acaso, si eres una zurda semi disléxica emocionada por haber llegado a la gran ciudad como yo… para que lo sepas, la puerta gira hacia la derecha.


De nada.


Porque mí llegada al hotel fue BOCHORNOSA. Bajé todo emocionada del bus que nos traía del aeropuerto y me fui con mi maleta de dimensiones estratosféricas derecha a la puerta y… no… no se movía. Bueno, es complicado mover una puerta giratoria cuando entras con una maleta en tu triángulo de la muerte pero aquello no se movía nada de nada por mucha fuerza que hiciera. Parecía que iba a empezar a moverse pero se atascaba, ¡Mierda de puerta!




Tuvo que ponerse una chica en el siguiente triángulo a empujar hacia el otro lado para sacarme de mi empecinamiento. Mi Querido Novio aun se mea de la risa cuando lo cuenta. Cuando llegó al otro lado me dijo:


-¿Qué pasa Bailarina, estás nerviosita de estar en Nueva York que no sabes ni empujar una puerta? ¡Si es que eres más de campo que las amapolas!


Y, mal que me pene, razón no le falta.


Un último comentario antes de acabar el post de hoy, a los padres del niño cabrón de cinco años que viajaba desde Cuba:



Ese niño del demonio semilla del mal es vuestro y os lo coméis vosotros solos con patatas. Meterlo en un avión en un vuelo transoceánico con humanos alrededor es una CRUELDAD.




Y es que el niño cabrón no es que fuese un niño al uso que llora en el avión por el cambio de presión o se aburre en el aeropuerto y hace alguna trastada. No. Él se tiraba a la cinta de equipajes en marcha, se metía en la máquina de infrarrojos de los bolsos del control de pasaportes, se escapaba corriendo de sus padres o boicoteaba el trabajo de los operarios del aeropuerto frenando los carros de equipajes que llevaban. No tenía una idea sana. Berreaba como si no hubiera un mañana, no paraba hasta no estar entre los brazos de su madre y encima hacía ver que sus padres lo “maltrataban” cuando le agarraban del brazo para que parara de hacer la maldad de turno que se le había ocurrido.




Si queréis hacer una asociación de damnificados del niño cabrón, estoy dispuesta a empezar a hacer gestiones.