18 de noviembre de 2013

ECHÁNDOSE CARRERAS A VER QUIÉN ES MÁS P...


Buenos días queridos lectores de la Bailarina,

 

Me presento: soy Cremitas. Sé que el post escrito por el Querido Novio os gustó y muchos estáis esperando que escriba la entrada otra outsider porque estáis sedientos de sangre,  porque sí, sé que queréis carnaza. Pero he de deciros que esta vez tendréis que esperar, porque no es el propósito de este post. Siento decepcionaros.

 

Si hoy estoy escribiendo estas líneas es porque soy una de las culpables de que estéis aquí leyendo esto. Porque sí, soy una de las pesadas que insistió con la idea de que Bailarina tenía que escribir un blog y por esa insistencia tenemos a la Bailarina aquí lunes tras lunes. De nada.

 










 
Si bien es cierto que me encanta, y soy una de sus principales fans (a pesar de mi ridículo e injustificado mote) también me siento un poco culpable. Y es que lunes tras lunes Bailarina se deja a sí misma en ridículo con sus innumerables anécdotas. Y claro, vosotros os sentáis delante de vuestro ordenador, móvil o Ipad, perdón tablet (que no vamos a hacer publicidad gratuita), y vais forjando una imagen de una Bailarina un tanto desordenada, en una casa destrozada por Leia, un novio ladrón de claves, con unas amigas un tanto disparatadas y con miles de anécdotas dignas de 13 Rue del Percebe. Claro, la pobre Bailarina no sale muy bien parada.

 

Pues bien, yo hoy salgo en su defensa y diré que no todo le pasa a ella y el resto también tenemos una vida, no tan disparatada para ser merecedora de un blog, pero sí con algún suceso irrisorio. Y estoy segura que con cualquiera de las anécdotas que os pasan en vuestro día a día, ella es capaz de escribir mil entradas. Como muestra, y penitencia, hoy os dejo una de mis anécdotas para que esta vez, y de forma excepcional, os riáis un poco de mi.

 

Yo, al igual que Bailarina, vivo en una pequeña ciudad. De hecho, vivimos en la misma pequeña ciudad, y como suele ser habitual en estos parajes, nos conocemos todos. Si esto ocurre ya en una pequeña ciudad, la sensación de vivir en un pueblo crece exponencialmente si nos adentramos en el barrio. No llegamos al extremo de perder el nombre para sustituirlo por el de nuestras madres o abuelas precedido por un… Ah! Tu eres la de… (Nombre de la madre/abuela), pero casi. Aunque en mi comunidad sí que rozamos esos límites. 


Como en toda comunidad de vecinos,  los cotilleos están a la orden del día y alguien no puede cambiar de novio sin que se entere la vecina del 6º. Por eso, si la hora a la que llegas a casa puede ser el acontecimiento más importante para la vecina de al lado, no os puedo ni contar lo que puede ser que en la comunidad haya una casa de citas.

 










¡La revolución!

 

Y es que sólo hace falta asomarse al patio para escuchar frases estilo… “Harta me tienen, serán p… que tienden las sábanas recién lavadas, llenas de lejía… ¡¡¡Y me han desteñido toda mi colada!!!”

 

Cierto es que la expresión nunca fue usada con más exactitud, pero oye, al menos limpias son. Os podéis imaginar que la existencia de “el piso del amor” es vox populi, aunque también os diré que ayudó bastante que aquí mi comunidad haya salido en prensa, radio y televisión por la susodicha casa ilegal de vanidades. Vamos, que fuimos por unos días la comunidad más famosa de España ¡Chúpate esa Mediaset!

 

Ante esta tesitura, os podéis imaginar la de situaciones jocosas que ha vivido la vecindad. Por ejemplo, gente que se confunde de puerta y entra en la casa equivocada buscando algo que no encontraría en esa morada. También os diré, en honor a la verdad, que creo que en esa ocasión lo pasó peor el sujeto que iba en busca y captura de un rato lúdico que la pobre señora que vio invadida su casa por equivocación.

 

Y lo digo cargadita de razones, porque abrir la puerta de tu casa y que un chico entre sin saludar y avance decidido por el pasillo en busca de una habitación que ocupar no tiene precio; pero ser ese sujeto que entra decidido, supongo que intentando evitar contacto visual con quien quiera que pudiera cruzarse por el camino hasta llegar a destino, y que te intercepten a grito de:

 

¡Pero mi chico! ¿A dónde vas? ¡¡¡Que te has equivocado!!! ¡Ay!, ¿Tan joven y te vas de putas?? Qué pena hombre ¿No te da vergüenza? Ay si te viera tu madre…
 


 

Creo que a ese chico se le quitaron las ganas de volver a un sitio similar para el resto de su vida. No vaya a ser que realmente su madre se entere. Y ya se sabe que mencionar a una madre en situaciones como estas quita las ganas a cualquiera.

 

Todo esto es muy divertido así contado y si pasa en casa de otro, pero os aseguro que los vecinos no están tan contentos. El asunto deja de tener gracia si empiezan a tocarte el timbre a horas intempestivas de la mañana, porque el cliente que llega no sabe exactamente en qué piso hallará el afecto anhelado y se dedica a probar suerte, a ver quién le abre con los brazos (y otras cosas) abiertos. Tal era la cantidad de timbrazos a casas equivocadas que los vecinos, hartos de esta situación,  eligieron la vía rápida a fin de facilitar el camino al despistado cliente: pintaron de rojo el botón del interfono. De esta forma, nadie más tendría duda de a dónde llamar. Asunto zanjado. Al menos hasta que se borre la pintura.

 

A estas alturas del post, muchos estaréis pensando “¡¡Pero qué de cosas le pasan a Cremitas!!”. Pero no, no os confundáis, que en mi casa no han tocado el timbre a horas indecentes, ni decentes, ni han entrado como Pedro por su casa buscando un dormitorio en el que acampar (Y menos mal, que si no me da un síncope). Todo esto ocurrió en el portal de al lado. Ya os decía que mi vida no es merecedora de un blog. Sin embargo, sí os diré que alguna anécdota con la casita de citas de marras me ha tocado vivir.

 

Un día de este pasado verano (sí, yo también echo de menos el verano) me tocó, por temas de trabajo, ir a una visita comercial a firmar un nuevo contrato. Ante esto, como dicta el protocolo, una debe vestirse acorde al acto en cuestión, por lo que el día F (de Firma) pasé un buen rato delante de ese armario lleno de nada que ponerme, para ver qué atuendo encajaba con una reunión formal, un día de verano a 35 grados.  ¿Por qué nadie escribe en ningún blog ideas prácticas para salir del paso en este tipo de situaciones?  Vamos a ver, egobloggers de moda que tan en auge estáis en este momento: me parece genial que luzcáis palmito con preciosos modelitos y tacones imposibles, pero ¿Qué utilidad le saco yo a eso? Por favor, que alguien haga un blog de moda dando consejos útiles, como: “Working girl en un día de verano con fuego cayendo al asfalto: ir en pelotas no es una opción”  o “¿Cómo ir a una boda cuyo outfit reza: Beach formal? ¿Qué mierda es Beach formal?”  y demás situaciones en las que nos encontramos perdidas. Ahí dejo la idea.

 

Bueno, una vez elegido el modelito, conseguí un look ejecutivo sin riesgo de morirme de calor. Orgullosa de mi hallazgo afronté la reunión y he de decir que todo fue muy bien.

 










Después de toda la jornada laboral y una tarde de terraceo con mis amigas, porque añadiré que el look elegido también era perfecto para una tarde con las amigas (Egobloggers del mundo, aprended de mi), llegué a casa. Y aquí llega el momento cumbre. Estaba a punto de entrar en el portal cuando se me acerca  un chico que rondaría los 30 y... os reproduzco la conversación:

 

-          Hola, buenas tardes.

-          Hola. -sonrisa en boca, que una es muy amable

-          Perdona, pero… Tú no sabrás dónde hay por aquí, mmm, esto… Una casa de chicas ¿verdad?

-          Pues, sé que es en el portal de al lado, aunque no sé decirte exactamente el piso, pero creo que viene marcado. Pero no te lo puedo asegurar. Ya lo siento. -Haciendo uso de la amabilidad que os acabo de describir, una servidora mantuvo la compostura e intenté no abrir los ojos como platos, ante esa pregunta. Pero oye, discreción ante todo

-          ¡Ah! Ya, de acuerdo, al  lado. Bueno, al lado, porque… Tú no querrás ¿Verdad? –Guiño, y sonrisa picarona.

 

¿Cómo? ¿Perdona? ¿Qué insinúas, putero asqueroso? ¿Contigo? ¿Yo? ¿Qué tipo de tara mental tienes? Aquí ya la amabilidad desapareció del mapa y ojiplática contesté rotunda:

 

-          Eh, ¡¡¡¡NO!!!!

 

Sí, os podéis reír.

 

Yo, que estaba convencida de haber acertado con el look de una perfecta Executive Girl, resulta que daba la sensación de una Working Girl si, pero de un trabajo muy muy pero muy diferente al que yo pretendía.
 


 

Por lo que he aquí mi consejo del día, a todos aquellos hombres indecentes que en algún momento busquéis este tipo de servicios (Sin entrar en valoraciones morales, eh, eso nunca). Si os perdéis, no asaltéis a una pobre chica por la calle. No es la solución, lo único que podéis ganar es un sopapo en vuestra cara de putero. Así que ya sabéis, si os perdéis... Buscad el botón rojo.

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