Buenos días queridos lectores de
la Bailarina,
Me presento: soy Cremitas. Sé que
el post escrito por el Querido Novio os gustó y muchos estáis esperando que
escriba la entrada otra outsider porque estáis sedientos de sangre, porque sí, sé que queréis carnaza. Pero he de
deciros que esta vez tendréis que esperar, porque no es el propósito de este
post. Siento decepcionaros.
Si hoy estoy escribiendo estas
líneas es porque soy una de las culpables de que estéis aquí leyendo esto.
Porque sí, soy una de las pesadas que insistió con la idea de que Bailarina tenía
que escribir un blog y por esa insistencia tenemos a la Bailarina aquí lunes
tras lunes. De nada.
Si bien es cierto que me encanta,
y soy una de sus principales fans (a pesar de mi ridículo e injustificado mote)
también me siento un poco culpable. Y es que lunes tras lunes Bailarina se deja
a sí misma en ridículo con sus innumerables anécdotas. Y claro, vosotros os
sentáis delante de vuestro ordenador, móvil o Ipad, perdón tablet (que no vamos
a hacer publicidad gratuita), y vais forjando una imagen de una Bailarina un
tanto desordenada, en una casa destrozada por Leia, un novio ladrón de claves,
con unas amigas un tanto disparatadas y con miles de anécdotas dignas de 13
Rue del Percebe. Claro, la pobre Bailarina no sale muy bien parada.
Pues bien, yo hoy salgo en su
defensa y diré que no todo le pasa a ella y el resto también tenemos una vida,
no tan disparatada para ser merecedora de un blog, pero sí con algún suceso
irrisorio. Y estoy segura que con cualquiera de las anécdotas que os pasan en
vuestro día a día, ella es capaz de escribir mil entradas. Como muestra, y
penitencia, hoy os dejo una de mis anécdotas para que esta vez, y de forma
excepcional, os riáis un poco de mi.
Yo, al igual que Bailarina, vivo
en una pequeña ciudad. De hecho, vivimos en la misma pequeña ciudad, y como
suele ser habitual en estos parajes, nos conocemos todos. Si esto ocurre ya
en una pequeña ciudad, la sensación de vivir en un pueblo crece
exponencialmente si nos adentramos en el barrio. No llegamos al extremo de
perder el nombre para sustituirlo por el de nuestras madres o abuelas precedido
por un… Ah! Tu eres la de… (Nombre de la madre/abuela), pero casi. Aunque en mi
comunidad sí que rozamos esos límites.
Como en toda comunidad de vecinos, los cotilleos están a la orden del día y alguien no puede cambiar de novio sin que se entere la vecina del 6º. Por eso, si la hora a la que llegas a casa puede ser el acontecimiento más importante para la vecina de al lado, no os puedo ni contar lo que puede ser que en la comunidad haya una casa de citas.
Como en toda comunidad de vecinos, los cotilleos están a la orden del día y alguien no puede cambiar de novio sin que se entere la vecina del 6º. Por eso, si la hora a la que llegas a casa puede ser el acontecimiento más importante para la vecina de al lado, no os puedo ni contar lo que puede ser que en la comunidad haya una casa de citas.
¡La revolución!
Y es que sólo hace falta asomarse
al patio para escuchar frases estilo… “Harta me tienen, serán p… que tienden
las sábanas recién lavadas, llenas de lejía… ¡¡¡Y me han desteñido toda mi
colada!!!”
Cierto es que la expresión nunca
fue usada con más exactitud, pero oye, al menos limpias son. Os podéis imaginar
que la existencia de “el piso del amor” es vox
populi, aunque también os diré que ayudó bastante que aquí mi comunidad
haya salido en prensa, radio y televisión por la susodicha casa ilegal de
vanidades. Vamos, que fuimos por unos días la comunidad más famosa de España
¡Chúpate esa Mediaset!
Ante esta tesitura, os podéis
imaginar la de situaciones jocosas que ha vivido la vecindad. Por ejemplo, gente
que se confunde de puerta y entra en la casa equivocada buscando algo que no
encontraría en esa morada. También os diré, en honor a la verdad, que creo que en
esa ocasión lo pasó peor el sujeto que iba en busca y captura de un rato lúdico
que la pobre señora que vio invadida su casa por equivocación.
Y lo digo cargadita de razones,
porque abrir la puerta de tu casa y que un chico entre sin saludar y avance
decidido por el pasillo en busca de una habitación que ocupar no tiene precio;
pero ser ese sujeto que entra decidido, supongo que intentando evitar contacto
visual con quien quiera que pudiera cruzarse por el camino hasta llegar a
destino, y que te intercepten a grito de:
¡Pero mi chico! ¿A dónde vas? ¡¡¡Que
te has equivocado!!! ¡Ay!, ¿Tan joven y te vas de putas?? Qué pena hombre ¿No
te da vergüenza? Ay si te viera tu madre…
Creo que a ese chico se le
quitaron las ganas de volver a un sitio similar para el resto de su vida. No
vaya a ser que realmente su madre se entere. Y ya se sabe que mencionar a una madre
en situaciones como estas quita las ganas a cualquiera.
Todo esto es muy divertido así contado y si pasa en casa de otro, pero
os aseguro que los vecinos no están tan contentos. El asunto deja de tener
gracia si empiezan a tocarte el timbre a horas intempestivas de la mañana,
porque el cliente que llega no sabe exactamente en qué piso hallará el afecto
anhelado y se dedica a probar suerte, a ver quién le abre con los brazos (y
otras cosas) abiertos. Tal era la cantidad de timbrazos a casas equivocadas que
los vecinos, hartos de esta situación, eligieron la vía rápida a fin de
facilitar el camino al despistado cliente: pintaron de rojo el botón del
interfono. De esta forma, nadie más tendría duda de a dónde llamar. Asunto
zanjado. Al menos hasta que se borre la pintura.
A estas alturas del post, muchos estaréis pensando “¡¡Pero qué de cosas
le pasan a Cremitas!!”. Pero no, no os confundáis, que en mi casa no han tocado
el timbre a horas indecentes, ni decentes, ni han entrado como Pedro por
su casa buscando un dormitorio en el que acampar (Y menos mal, que si no me da
un síncope). Todo esto ocurrió en el portal de al lado. Ya os decía que mi vida
no es merecedora de un blog. Sin embargo, sí os diré que alguna anécdota con la
casita de citas de marras me ha tocado vivir.
Un día de este pasado verano (sí, yo también echo de menos el verano) me
tocó, por temas de trabajo, ir a una visita comercial a firmar un nuevo
contrato. Ante esto, como dicta el protocolo, una debe vestirse acorde al acto
en cuestión, por lo que el día F (de Firma) pasé un buen rato delante de ese
armario lleno de nada que ponerme, para ver qué atuendo encajaba con una
reunión formal, un día de verano a 35 grados. ¿Por qué nadie escribe en ningún blog
ideas prácticas para salir del paso en este tipo de situaciones? Vamos a ver, egobloggers de moda que tan en
auge estáis en este momento: me parece genial que luzcáis palmito con preciosos
modelitos y tacones imposibles, pero ¿Qué utilidad le saco yo a eso? Por favor,
que alguien haga un blog de moda dando consejos útiles, como: “Working girl en un día de verano con
fuego cayendo al asfalto: ir en pelotas no es una opción” o “¿Cómo ir a una boda cuyo outfit reza: Beach formal? ¿Qué mierda es Beach formal?” y demás situaciones en las que nos
encontramos perdidas. Ahí dejo la idea.
Bueno, una vez elegido el modelito, conseguí un look ejecutivo sin
riesgo de morirme de calor. Orgullosa de mi hallazgo afronté la reunión y he de
decir que todo fue muy bien.
Después de toda la jornada laboral y una tarde de terraceo con mis
amigas, porque añadiré que el look elegido también era perfecto para una tarde
con las amigas (Egobloggers del mundo, aprended de mi), llegué a casa. Y aquí
llega el momento cumbre. Estaba a punto de entrar en el portal cuando se me
acerca un chico que rondaría los 30 y...
os reproduzco la conversación:
-
Hola, buenas tardes.
-
Hola. -sonrisa en boca, que una es muy amable
-
Perdona, pero… Tú no sabrás dónde hay por aquí, mmm,
esto… Una casa de chicas ¿verdad?
-
Pues, sé que es en el portal de al lado, aunque
no sé decirte exactamente el piso, pero creo que viene marcado. Pero no te lo
puedo asegurar. Ya lo siento. -Haciendo
uso de la amabilidad que os acabo de describir, una servidora mantuvo la
compostura e intenté no abrir los ojos como platos, ante esa pregunta. Pero
oye, discreción ante todo
-
¡Ah! Ya, de acuerdo, al lado. Bueno, al lado, porque… Tú no querrás ¿Verdad?
–Guiño, y sonrisa picarona.
¿Cómo? ¿Perdona? ¿Qué insinúas, putero asqueroso? ¿Contigo? ¿Yo? ¿Qué
tipo de tara mental tienes? Aquí ya la amabilidad desapareció del mapa y
ojiplática contesté rotunda:
-
Eh, ¡¡¡¡NO!!!!
Sí, os podéis reír.
Yo, que estaba convencida de haber acertado con el look de una perfecta Executive Girl, resulta que daba la
sensación de una Working Girl si,
pero de un trabajo muy muy pero muy diferente al que yo pretendía.
Por lo que he aquí mi consejo del día, a todos aquellos hombres indecentes
que en algún momento busquéis este tipo de servicios (Sin entrar en
valoraciones morales, eh, eso nunca). Si os perdéis, no asaltéis a una pobre
chica por la calle. No es la solución, lo único que podéis ganar es un sopapo
en vuestra cara de putero. Así que ya sabéis, si os perdéis... Buscad el botón
rojo.
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