Este
fin de semana me he liado la manta a la cabeza y me he ido con tres amigas de relaxing plan de spa a una casa rural
perdida de la mano de Dios. Se ve que no quedé escarmentada del último fin de semana de amor rural con mi Querido Novio que acabó saliendo rana. Así soy yo,
amo vivir al límite.
Total,
que este fin de semana nadie ha caído enfermo y hemos disfrutado de un
agradable tiempo primaveral y de paseos al sol. ¡Bien! Sin embargo, no todo podía
ser perfecto, claro: el surrealismo ha hecho acto de presencia en nuestras
vidas.
Y
es que parece que no puedo irme a una casa rural y que todo vaya bien, no
señorita. Por H o por B tiene que pasarnos algo que se sale de lo normal. En
este caso, ha sido culpa de la propia casa -rural-, y para colmo de males, el fin de
semana, de relaxing tuvo más bien
poco porque dormimos cuatro horas en total. O sea, mal.
Para
empezar, cambiamos dos veces de habitación. Porque según las extensas
conversaciones que mantuvimos con la recepcionista, nada más llegar:
-La
habitación que teníais asignada no tiene calefacción, está estropeada. Os metemos en estas
otras, aunque las que teníais antes la verdad son más amplias.
Oh,
qué pena, pero de acuerdo. Cogimos nuestras mini maletas trolley y clanc clanc
clanc clanc, rodamos por la gravilla de la casa rural al edificio en el que
estaban nuestras nuevas habitaciones. Después de pasar todo el día fuera, y
antes de nuestro momento spa, volvimos a la casa y la frase de la recepcionista
fue:
-El
técnico ha pasado y ha conseguido arreglar la calefacción. Podéis ir a vuestras
habitaciones de origen. ¡Qué suerte!
Con
lo cual, hicimos las maletas de nuevo, las cerramos y clanc clanc clanc clanc,
rodamos por la gravilla de la campiña hasta el edifico de los elegidos, donde
las habitaciones eran más amplias y la calefacción estaba recién reparada.
Sin
embargo, cuando estábamos arreglándonos para salir a cenar en una habitación que resultaba estar
gélida como un puñetero témpano de hielo (esa calefacción nueva no parecía
templar demasiado), la ya íntima amiga recepcionista volvió para tocarnos la
puerta y decirnos:
-Parece
que al final el técnico no ha podido arreglar la calefacción –“¡oh, qué sorpresa, amiga recepcionista!
Si me estoy pintando el ojo con una pasmosa dificultad porque NO ME SIENTO LAS
MANOS, perra”–si os parece, podéis volver a la habitación que teníais antes.
Pues
claro que queremos ir a la habitación de antes, tía cachonda, que aquí vamos a
acabar como las primas de los pingüinos del polo. Así que, por enésima vez, recogimos
todo, volvimos a hacer la maleta y nos volvimos clanc clanc clanc clanc de
vuelta a la casa 1 donde ya nos quedamos a pasar la noche ahí definitivamente. META.
Personalmente
y después de tanta vuelta, o dormíamos ahí o montaba una revuelta en la casa
rural perdida de la mano de Dios en la campiña que iban a alucinar. Lástima que
esa casa también tuviera su “pero”.
Y
es que, ay amigos, no podemos ir a una casa rural y sentir el silencio del
campo y el maravilloso piar de los pájaros como único sonido que enturbia
nuestro descanso, no señor. A nosotras nos va la marcha, y el ruido, parece
ser.
Estábamos
plácidamente dormidas a las 8 de la madrugada del domingo (que como todo el
mundo sabe, madrugar un domingo es pecado mortal), cuando una terrorífica voz salida
de ultratumba empezó a sonar encima de nuestras cabezas:
-Isaaaaaaaaaaaaa
¿Qué
era eso?
¿La
chica de la curva?, no, estábamos en una casa. ¿Un poltergeist?, quizá
demasiado de día para uno.
-Isaaaaaaaaaaaa.
–La voz daba diarrea solo de oírla, qué miedito.
Metí
la cabeza dentro de las sábanas, barrera protectora anti espíritus malignos
mundialmente conocida. ¿Qué era eso? ¿La madre muerta de Psicosis? ¿Algún amigo
del niño del sexto sentido? ¿La novia de Chucky? ¿La niña del exorcista?
No,
claro que no. Aunque la voz en cuestión acojonara un huevo, pertenecía a una simple mortal. Concretamente, a una
pobre anciana demenciada que vivía en la casa y que se tiró dos horas de reloj
llamando a esa tal Isa como si se estuviera muriendo, ¡DOS HORAS!
Una simple mortal, pero bastante zorra, la vieja.
Una simple mortal, pero bastante zorra, la vieja.
Luego,
en el desayuno, la vimos en una sala de estar tan pichi, como si no hubiese
estado dando por saco a todos los huéspedes. Casi la estrangulamos. Menos mal
que nos habían dado de desayunar comida suficiente para alimentar a 30 personas
y no podíamos ni movernos que si no… qué empacho, y qué sueño teníamos.
Pero,
para ahondar aún más en la herida, os confesaré
que ni siquiera eso fue lo más
cómico del relaxing plan de spa de
fin de semana. No, aún hay más, porque el finde no fue relaxing, pero es que tampoco
puede decirse que fuese de spa.
La
casa rural se vendía a sí misma con los siguientes “extras”: Jacuzzi, Termas,
zona de relajación mental y gimnasio. Genial. Y había que reservar la hora del
Spa porque era “privado”. Reservamos las 19:00 del sábado, para no romper la
tarde en dos.
El
problema vino cuando nos indicaron dónde estaba el susodicho Spa: ni en el
edificio número 1 ni en el edificio número 2, sino en una especie de sótano entre los dos
edificios al cual se accedía por la calle.
Sí,
por la puta mitad de la gravilla de la campiña de la casa rural. Por ahí se
accedía al spa.
Y
qué Spa. ¡Lo de Internet era una descripción totalmente fraudulenta del lugar! Lo
que ellos denominaban Spa se reducía a un sótano, decorado con mucho estilo y
con luces de estas tenues que van cambiando de color, eso sí, pero un sótano al
fin y al cabo. Y ahí, en el fondo del sótano, un pocito minúsculo con un
jacuzzi.
FIN
DEL SPA.
Es
decir, el “gimnasio” directamente no existía (aunque tampoco lo eché de menos),
y el “jacuzzi” y las “termas” eran lo mismo: el pocito donde nos metimos las
cuatro a remojo culito con culito (claro, no entrábamos de otra manera). Pero
lo mejor de todo, sin lugar a dudas, era la zona de “zona de relajación mental”.
Hay
que tenerlos cuadrados para estar haciendo la web de tu casa rural y poner, sin
ningún pudor, “ea, que tenemos un spa con zona de relajación mental”, y
quedarse tan pichi.
¿Zona
de relajación mental? ¿¿¿Perdonaaaa??? Lo único que había ahí era un puto banco de
mierda en el sótano. ¡Un banco! Nada más. Por no haber no había ni esa típica
música de restaurante chino que invita a la relajación. Nada.
Un
banco, un pocito, y cuatro amigas con cara de estupor. Fin.
¿Y
qué hicimos nosotras? Pues meternos al agua una hora enterita, reírnos mucho,
relajarnos más bien poco y después, cuando se acabó nuestra hora de spa privado
exclusivo, nos fuimos dignamente.
¿Cómo
de dignamente?
Pues
corriendo a nuestras habitaciones por mitad de la campiña, envueltas por una
toalla y con las chancletas, disfrutando de una apasionante carrera entre las vacas de ese
ambiente tan rural. Una imagen que no olvidaremos fácilmente. Y, por supuesto, que no admitiremos jamás haber vivido.