Antes de comenzar la
chapa semanal os tengo que hablar de las consecuencias de mi post anterior:
Resulta que había
bastante gente que ha leído el blog y ha descubierto la existencia de la
carpeta en el Facebook que se llama “otros”, con mensajes ocultos (y me lo han
contado. Mi pobre Individuo Misterioso ni siquiera es un ser original, pobre,
con la bordería que le cayó del cielo así sin esperárselo ni nada).
Es decir, ha
resultado que soy una pazguata de nivel medio así como el resto de los mortales
y no una súper cafre tecnológica, cosa que no está nada mal, y al mismo tiempo
he ayudado a gente a encontrarse con mensajes de toda índole. Ese apartado del
Facebook es como la caja de Pandora 2.0; os vuelvo a recomendar que lo reviséis,
nunca se sabe los truenos que podéis desatar de allí.
Pero volvamos a la
actualidad, lunes, 7 de julio, San Fermín ¡¡Viva San Fermín!! (espero que hayáis visto
el encierro en TVE como manda la tradición). Os deseo que tengáis una cara más
descansada y un humor más amigable que el que maneja cierta Bailarina, porque
estoy que podría agarrar a cualquiera, sacarle ojos con los dientes y
escupirlos después.
Vamos, que lo que
viene siendo el lunes va ligeramente cuesta arriba. Afú. Que me he pintado la
cara para taparme estas ojeras que manejo hoy y cada vez que me cruzo con
alguien en lugar de darme los buenos días en plan amable y poco entrometido solo
me dicen “¡Uy pero qué cara taaaaaaan mala tienes hoy, Bailarina! ¡Vaya ojeras!!”.
Pero vamos a ver, ¿de
verdad creéis vosotros que es normal este maltrato así de gratuito? ¿Les he
pedido yo acaso que me digan qué pinta tiene mi cara -preciosamente maquillada,
por cierto-? ¿Quién les ha pedido opinión acerca de mi cara? Que me lo digan
por favor, porque yo a ninguno le digo
“Pues tú vas todos
los santos días vestida hecha un CUADRO y no te digo nada, que lo sepas”
o “pues tu mierda de
dieta macrobiótica no te hace nada de nada porque sigues pareciendo una foca,
chaval”
o “Yo tendré ojeras
pero tú eres directamente un troll de la montaña”.
Que tengo un mal
lunes, ya lo veis. Necesito muy intensamente largarme de vacaciones y descansar
y no saber qué significan las palabras:
- Despertador.
- Ordenador.
- Oficina.
- Botines (hombre ya que es julio, Lorenzo, pásate por aquí y déjate ver hijo de mi vida).
- OJERAS. Puaj.
Este invierno me ha puesto
la cara muy vieja y muy amargada. Basta ya.
Es una suerte que
para empezar a quitarme esta cara de pedo chungo este fin de semana haya estado
fuera con mis padres de escapadita familiar. Viajar con tus padres es muy
divertido al principio porque es todo un déjà vu, y estás en plan “¡ay qué
gracia, si es como cuando era pequeña!”. Luego ya la cosa deja de tener tanta gracia
porque es que efectivamente, vuelves a tener 12 años y nada ha cambiado.
Para empezar, los CD’s
que hay en el coche son los mismos que los de hace 15 años, y aquí tu padre te
puede plantar el primer disco de La Oreja de Van Gogh “para las niñas, que les
gusta esto”, y quedarse tan pancho. Claro, una ya le dice:
-Por favor, que este
disco es del año de la pana, ¿no tienes otra cosa así como más actual, de esta
década aunque sea?
Y no, no tiene,
porque el primer disco de La Oreja de Van Gogh es EL disco de las niñas en el
coche, y es lo que hay. El resto es música clásica. Así que te planta la radio
con los 40 principales (como cuando tenías 12 años), y a correr. Y cuando te ve
el morro torcido te suelta:
-¡¡Y si quieres
escuchar otra música en el coche pues te grabas un CD y me lo das para que lo
tenga aquí, pero mientras tanto en este coche habrá lo que yo quiera y punto!!
Y punto, claro.
De todas formas, el
ambiente que se masca entre mis padres es mucho más divertido que cualquier
melodía que haya en el coche, dónde va a parar. Y es que mi madre se convierte
en Marta cuando se sienta en el asiento del copiloto, es la voz del GPS personalizada
para mi padre.
Ella se pone muy
seria muy seria y le empieza:
-Ten cuidado que
esta carretera no la conoces, ¿eh? Así que ve despacito a ver si nos va a pasar
cualquier cosa
Mi padre en
silencio.
-¡¡Pero no tomes la
curva así, que es muy cerrada!! ¡¡curva, curva, curva, curva!
-Me tienes de que
decir “curva derecha ras” o “curva izquierda ras”, solo “curva” no me vale.
-Mira que dices tonterías
eh, lo que te gusta a ti hacer el bobo. Mira la señal del ciervo, ve con
cuidado que es de noche y nos van a saltar aquí a la mitad de la carretera y a
ver cómo frenas, ¡despacio te he dicho!
Mi padre silencio.
-Mira, “precaución,
carretera frecuentada por ciclistas” ¿a qué velocidad vas?
-¡¡Pero qué ciclista
quieres que me salga aquí a las 3 de la mañana por esta carretera perdida!!!
-¡No me mires a mí,
mira a la carretera! Bueno, ¿pero a qué velocidad vas?
-A 100.
-¿A 100? ¡Pues muy
mal porque en carretera nacional con un arcén menor a 1,5 metros la velocidad
máxima permitida es 90! ¡que yo también tengo el carné! ¡Baja que nos comemos un ciervo!
Mis padres en un
coche. Cuando mi madre está lejos mi padre la llama “el control de velocidad” y
se parte de la risa.
Sin embargo, este
fin de semana y sin que sirva de precedente mi madre tenía razón: había que ir
despacio.
Lo que nos ha pasado
ha sido de expediente X, y es que lo que nos encontramos en la carretera el
domingo cuando íbamos en el coche no fue ni un ciervo ni un ciclista ni nada
que entre dentro de lo “normal”: el domingo, lo que nos encontramos en una
travesía entre dos pueblos fue nada menos que a una anciana feliz de la vida en una silla de
ruedas ahí varada en medio de la carretera.
Lo más increíble de
todo es que la buena mujer ni corta ni perezosa nos saludó todo simpática
mientras nosotros la esquivábamos con el coche y la mirábamos alucinando en
colores como si fuese una marciana. Y ahí la dejamos.
A 10 metros vimos que
había un centro de día de viejecitos… se les habría escapado a saludar a los turistas.