Como ya es
mundialmente conocido por mis lectores (y pongo “mundialmente” muy bien puesto
porque hay algunos que entráis de unos países que no se yo cómo habéis acabado
aquí, pero ¡Bienvenidos!), soy una adicta a las compras.
Como también
sabréis algunos de vosotros, además de comprarme trapitos, también me gusta ir
a las tiendas y probarme cosas que nunca jamás me voy a poner. Soy así, me hace
gracia ponerme cosas ridículas. Además, me sirve como terapia. Sí, sí, ahora me
cobro en carcajadas todas las lágrimas que he derramado en los probadores de
las tiendas cuando era una adolescente pedorra y bastante insegura. Ahora ya no
soy pedorra. Va genial, os lo recomiendo fervientemente.
Así, me he
probado montones de cosas. Desde vestidos de súper choni a zapatos con hormas
de hijoputismo supino pasando por todo tipo de accesorios para el pelo de
estilo remordimiento. Sin embargo, tiene
un lugar especial en mi corazón la vez en la que se me ocurrió probarme un
sujetador SÚPER push-up (y el súper en mayúsculas está muy bien puesto,
creedme). Fue la leche. Vaya peras.
Total, que esta
semana he estado de compras con mis amiguitas y, como no podía ser de otro
modo, tuvimos show en H&M, que es una tienda que me gusta mucho a pesar de
que tiene prendas que son abortos del sector retail.
Como estaba en
modo graciosilla de la vida, me dejé llevar por las cosas súper modernas para
niñas famélicas que había en la tienda y me puse en plan machacón:
“Venga,
amigas, vamos a probarnos algo de esto súper cutre de la tienda juntas, nos
echamos unas risas, va. ¿No os parece una idea genial? Nos ponemos en plan
teenager algo de esto de por aquí- señalaba una zona de prendas de estilo súper
remordimiento- Venga que va a ser muy divertido, ya veréis, ¿Si? ¿Sí? ¡Sí!”
Y sí, me las
llevé al huerto.
Lo ideal
habría sido hacerse con un conjunto completo pero nos daba pereza quitarnos toda
la ropa, así que cogimos una prenda que por sí sola iba a lograr todo el efecto
“¿Pero esto qué mierda es?”.
Correcto. Nos
probamos unos crop tops que se os va la olla. De los discretitos, ¿Eh? Ojo. Que
puede que no taparan nada la tripa pero eran de manga larga, cuidado. Y eran monísimos.
Negros con estampado en blanco, para estilizar los hombros, porque con la poca
tela que tenía eso no podrían estilizar nada más.
Vamos, un
espanto. Pero la gracia era probarse eso con las amigas, y estar cada una en un
probador distinto no era una opción, porque íbamos a tener que salir a la zona
común de los cambiadores para vernos las unas a las otras, y había mucha gente
por ahí que no era amiga nuestra que también nos iba a ver. Vamos, que no.
Hacer el ridi para un selecto grupo de elegidas pase, pero para el común de las
compradoras de H&M no.
Lo que hicimos
fue valernos de nuestra edad, nuestra seriedad y nuestra súper madurez cuando
entrábamos a los probadores. También llevábamos los crop tops camuflados entre
la ropa que sí nos gustaba. Parecíamos gente normal. Así nos plantamos frente a
la guardiana del probador.
Como sabréis, las
guardianas de los probadores te miran de arriba a abajo al entrar en su zona
mientras doblan ropa y te dicen “Chata, ¿Cuántas llevas?”. Y tú le dices “dos”
y ella te deja pasar. Y ya. Lo que pasa es que si eres teenager la guardiana es
el enemigo a batir, porque te estará todo el rato vigilando mientras estés en
el probador, y por supuesto te impedirá por todos los medios que vayas a un
probador con una amiga. No señorita. Que eso es un probador y no una zona de
cachondeíto. Se entra de uno en uno y si queréis enseñar a las amigas lo que os
habéis puesto abrís la cortina.
Vamos, lo
normal. Pero nosotras no queríamos abrir la cortina, ni por asomo. Así que nos
pusimos en modo “Yo pasaba por aquí todo madura con mis vestidos y mis faldas
de ejecutiva para ir a trabajar, míralos, guardiana”.
Coló
perfectamente. Nos dejó pasar casi sin mirarnos, y ahí fue cuando se la
jugamos. Nos metimos en plan chuchipandi risitas todas juntas en uno de los
probadores habilitados para personas en sillas de ruedas, que son inmensos, e
hicimos campamento base.
Lo primero de
todo, el crop top.
Mis amigas
solo decían “Ay, ay, pero ¿En qué momento nos hemos dejado engañar por esta loca?
Si es que esto no es serio…”. Y después, con eso ya puesto, “¡Pero mírame!
¡Mira qué pintas! Jajaja jajaja jajaja si parezco una putilla” o “Joder, joder,
joder, La Hanna Montana y yo hermanas gemelas, ¡GEMELAS!, misma edad y todo”.
Y ya, para
terminar con el crop top y el momento adolescente por todo lo alto, nos sacamos
una foto con esa cosa que es un HORROR y la tenemos en el móvil. Menos mal que
hay sentido de la lealtad en este grupo porque es como para hacer chantaje del
malo con el retrato.
Sin embargo,
la gracia del probador no acabó ahí, porque claro, aun teníamos prendas de
persona normal para probarnos, y a ello nos pusimos. Faldas, vestidos, blusas…
de todo. Lo único que no teníamos era ganas de quitarnos la ropa y probarnos
las cosas como gente decente.
De manera que nos
pusimos los trapitos como las señoras, con los pantalones por los tobillos “para
ver el efecto”. Todo vale con tal de hacer las cosas más rápido.
En mi caso, me
probé una falda tubo con las zapatillas de deporte totalmente atadas –sí, iba
en plan sporty, qué pasa- y los vaqueros bajados hasta los tobillos, cogiendo
bien de polvo del suelo. El “efecto” falda+pantalones a los tobillos era como
para aullar, pero estaba motivada, era una compra ostensiblemente mejor que el
crop top, y la cremallera ataba. Falda adjudicada.
La segunda
prenda era un vestido de tipo butifarrilla (es decir, prieto prietísimo) marino
y negro. Una monada. Repetí modus operandi y me volví a bajar los pantalones al
subsuelo, me puse el vestido y… ¡Oh sorpresa! La talla M me quedaba ¡¡Grande,
GRANDE, A MI!! Yo, que siempre voy con una talla L por la vida. Estaba
estupefacta, y encantada de la vida, vamos a decir las cosas como son.
Entonces, una
de mis amigas que ya había terminado y tenía los pantalones puestos en su sitio
se ofreció a salir a buscar la talla S para mi cuerpo silfídeo, y yo, que estaba
tan contenta de probarme algo en la talla S, le dije que sí casi a gritos.
¡Una S!
Así, la
situación era la siguiente: amiga en misión búsqueda de vestido, dos amigas más
hacinadas conmigo en el probador terminando de vestirse, y una servidora con el
vestido en talla M puesto y los pantalones por los tobillos inquieta perdida.
Iba caminando de una lado a otro del probador para hacer tiempo, tarea que
tiene su dificultad con los pantalones puestos como trampa. Parecía un pingüino
con deportivas. Un cuadro. Y la amiga parecía tardar.
Decidí
asomarme al otro lado del probador a ver si la veía y… ojalá no lo hubiera
hecho. Pueden pasar un millón de acontecimientos extraños en una tienda, pero
aquello normal, no fue. Una señora, que evidentemente vive en las cavernas y no
tiene contacto con otros seres humanos, me confundió con la dependienta o en su
defecto con la guardiana del probador –que en ese momento parecía no andar por
ahí-.
Ni corta ni
perezosa vino donde mi rauda y veloz zarandeando un abrigo en su mano derecha y
desoyendo las señales que le indicaban que yo no trabajaba allí- señales: estoy
saliendo de un probador, con un vestido con la etiqueta puesta y arrastrando
los vaqueros que tengo puestos a la altura de los tobillos-.
Vamos, que
estaba claro que yo no era la persona indicada, ¿No? Pues no. La buena mujer me
mira y me dice:
-Oye, este
abrigo en una talla más, ¿Lo tenéis?
Cara de shock.
Risa floja, Me recompongo y, aun estupefacta por la confusión, me hago la digna
y le contesto con la mayor naturalidad posible, mientras apoyo mi culo talla S
en plan casual junto al marco de la puerta del probador:
-No, verás, es
que yo no trabajo aquí.
Traducción:
no, tía LERDA, no. Llevo unos pantalones
vaqueros por los tobillos y zapatillas de deporte. Pase que, en el resto de la
tienda, confundas a la gente con dependientes, pero aquí no, y mucho menos así.
¿Pero es que acaso no ves la pinta que tengo, hija de mi vida? ¡No te
confundas!
Y yo que
pensaba que con eso ya estaba solucionado, me encuentro con que la señora del
abrigo no se queda conforme con mi respuesta y me suelta a bocajarro:
-Ya, pero es
que estás en un probador.
Pero, pero… ¿Pero
qué coño le pasa a la gente? ¡Claro que estaba en un probador! Mi cara de pasmo
era tal que solo pude responder un escueto “Sí, probándome ropa”, sin
comentario chistoso ni nada, y volver a esconderme en el probador.
Mis amigas se
meaban de la risa dentro.
Cuando vino la
de la misión –con el vestido talla S- se lo contamos, y se meaba de la risa
dentro del probador ella también.
Y yo seguía en
shock, ¿Cómo que “Ya, pero es que estás en un probador”?
En fin… me
probé el vestido y me quedaba bien, aunque no era un vestido muy de mi estilo.
Sin embargo, estaba tan contenta de tener algo de la talla S que me lo tuve que
llevar.
El Gym
funciona, ¡Sí!
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