13 de octubre de 2014

BABY YOU CAN DRIVE MY CAR

Saludos, terrícolas. Os escribo desde mi nuevo medio de transporte particular y solitario. Sobre todo SOLITARIO.

Y es que, ay amigos, qué segundo plano toma la preservación del entorno y la ecología cuando a uno le toca ir en autobús toda una semana a razón de dos viajes de hora y media cada uno. El viernes estaba ya en modo “no sin mi coche” total, y que le den a la ecología.



Porque compartir espacio vital es muy duro, máxime cuando lo estás compartiendo a las 7 de la mañana y no estás de humor de aguantar la amigable charleta de la señora que está a tu lado. Tú estás amablemente sonriendo y diciéndole, “sí sí”, mientras haces el gesto de me-pongo-los-auriculares-esto-es,-deja-de-hablar-conmigo,-señora, pero nada, ella sigue ahí erre que erre.

Escenario infumable.

Alguien debería poner en los cristales de los autobuses que no se moleste al conductor, pero tampoco al acompañante que te ha tocado en suerte en el asiento de al lado. Porque señora, son las 7 de la mañana, y a mí, lo que haga su nieto a las 7 de la mañana me importa un pimiento, yo quiero ponerme los auriculares y dormir un ratito más.

Alguien tiene que decir al mundo que el gesto universal de “me pongo los auriculares” significa en realidad “no me moleste, señora”. A ver si desde aquí dejamos las cosas claras.


Total, que esta semana he tenido una docena de viajes en autobús con una docena de personas dispuestas a tocarme la moral. Resultado: me he hecho súper fan de los coches privados de consumo insultante, claro.

He tenido conductores kamikazes que me han hecho llegar a casa con el estómago del revés (tres tardes).

Una señora que se había pinchado mi sitio en ventanilla (y yo, que soy una santa, cuando vi que no tenía MI asiento, me senté en el de al lado todo resignada y me callé).



Una señora que, estando ya sentada en mi asiento en ventanilla, se lo quería pinchar para ella. A las 7 de la mañana. A esa hora no es que yo sea Miss Simpatía, que digamos; si me tocas la moral, muerdo.

-Perdona, bonita, ¿el asiento 7?
La miro incrédula, hacía AÑOS que no me llamaban “bonita”- Pues el mío es el 8, el 7 será este de mi lado.
-Ah, ya.-Cara de decepción, y la tía se larga un par de filas más allá.

Yo alucino; debe de creer que ponen los números de los asientos así al tuntún, o algo, pero no, porque vuelve. Mira fijamente su billete, y me mira, y vuelve a mirar fijamente su billete, y me vuelve a mirar. Yo ya (recordemos, 7 de la madrugada) estoy hasta el moño de la señora y le pongo cara de “qué coño pasa con tu vida”, y me dice:

-Es que estás en mi sitio, el 7 es ventanilla.

Y ya exploto, porque es muy temprano y no tengo puestos los filtros a esas horas:




-No señora, yo soy el 8 que es ventanilla y sé que es ventanilla porque compro el billete online donde elijo yo el asiento y elijo ESPECÍFICAMENTE VENTANILLA SIEMPRE, así que el 7 sigue siendo este asiento de aquí al lado, en el pasillo.

Y me pongo los cascos. Al acabar el trayecto no nos dijimos ni adiós. Normal.

Que me diréis “Qué borde, Bailarina”, y tendréis razón, no os lo voy a negar. Pero tuve mi penitencia particular a la vuelta con un señor que me tuvo absolutamente todo el trayecto hablando con él. Qué pesado.

Un hombre que no conoce el gesto “me pongo los auriculares y paso de tu culo”, no señor, porque si veía que no le hacía caso, me metía un codazo en el apéndice para que soltara la música y le escuchase a él.

Acojonante.



Le tuve que dar una formación sobre Smartphones (buscar contacto, enviar contacto por whatsapp, llamar a contacto), y después ya escuchar lo mal que le iba a su hija arquitecta de 42 años que llevaba 8 meses sin cobrar, pero que al menos trabajaba, lo bien que le iba a su hijo ingeniero que tenía un súper trabajo fabuloso, lo poco que cobraba él desde que se había jubilado, los viajes que se hacía a la Argentina todos los años porque él estuvo cinco años trabajando allá… hora y media de viaje, insisto.

Y yo, sí-sí, sí-sí, sí-sí. En el mareo del viaje y la súper chapa que me cayó, a las 3 horas seguía que me moría del vaivén que tenía metido en el cuerpo.

Ahora bien, nada va a poder superar a los dos seres que tuve en el asiento delantero el miércoles. Dejé todo a un lado para poder disfrutar del espectáculo, y es que ya sabéis que a mí una choni me gusta más que nada en el mundo. Pues tuve la suerte de tener DOS de esos seres, un macho y una hembra, hermanos, ¡y hora y media para estudiarlos a fondo!


Fue una experiencia ESPECTACULAR. En esa hora y media hablaron por el móvil y a gritos (cómo no, para que todo el autobús nos enterásemos bien de todo) con:
La Yoli
La Mari
La Mama (acentuando la primera a)
La Agüela (sí, os lo juro, la agüela, así, con G)
El Chino
El Andrés
Y con el Primo Jonathan




Después descubrí que el hombre-choni de la pareja se llamaba, atención, KEVIN, y que a pesar de ser feo como un dolor tenía una novia a la q mandaba mensajes llenos de corazones desde su móvil de dimensiones gigantescas. Sé que era su novia porque yo estaba en el asiento trasero leyendo perfectamente que la receptora de los mensajes era, ojo al dato:

Mi Nenah.

¡¡¡¡Casi me hago pis de la risa!!!! “mi Nenah”, toma ya.



A saber cómo era la buena mujer, aunque no creo que pudiese superar a su amado Kevin. El figura del Kevin se había rapado la cabeza salvo una cresta central que cuidaba con esmero. Cada cinco minutos se miraba en el reflejo de su Samsung note y se la echaba para arriba con sumo cuidado: primero la parte de delante, después el lateral, y después la parte trasera. Le preguntaba a su hermana:
-¡Hermana! ¿Así mejor o qué?
Y ella le respondía
-Ole.
Y a los cinco minutos, vuelta a empezar.

Estaba claro que la cresta requería de cuidados intensivos que el común de los mortales no entendemos. Ahora bien, la obra de arte de la cabellera del Kevin estaba en sus laterales rapados, y es que el figura del peluquero del Kevin le había puesto al chaval, atención,




Dos pedazo de pumas del logo de Puma a cada lado de la cabeza.


Y esto, os lo prometo, es una historia 100% verídica. 

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