24 de febrero de 2014

GUAJIRA GUANTANAMERA


Como ya sabéis, soy una persona de mal despertar. Siendo francos, soy una persona de horrible despertar, de hecho. No os voy a mentir, que ya nos conocemos; “mal despertar” se queda muy corto. Cada mañana cuando me suena el despertador me muero de pena de tener que levantarme de la cama, dejar ese maravilloso templo del descanso y del calorcito.



Los lunes, además, dejar la cama es especialmente horrible porque:

  1. Me he acostumbrado a despertarme tarde el domingo (ya ves qué rápido me acostumbro yo a lo bueno: un día sin madrugar y ya tengo la tradición de levantarme a las mil) y el lunes me quiero morir. Hoy incluso estaba soñando algo cuando el despertador me ha interrumpido. Casi lo lanzo por la ventana.
  2. El domingo es el día oficial del cambio de cama y claro, abandonar ese templo del descanso con esas sábanas recién puestas, planchaditas y aun un poco rígidas cuesta un montón.


Bueno, pero que vosotros ya sabéis que yo formo parte de los muertos vivientes las primeras dos horas del día. No es la primera vez que os lo cuento.


Sin embargo, mi Querido novio es un ser todo espabilado por las mañanas. Se despierta todo activo, parlanchín incluso, y graciosete, para mi desgracia. Es de esa gente rara que amanece de buen humor, de esos especímenes capaces de despertarse sin necesidad de que les suene el despertador.



A mí eso me parece particularmente mágico, la verdad.


Es de esa gente súper rara que llega el sábado, se despierta a la misma hora que si fuera martes (sin despertadores ni nada, insisto) y se agobia en plan “ay, que ya no me duermo”.



Que no se puede volver a dormir, dice. Dios mío de mi vida y de mi corazón, este chico no es muy normal. A mí cuando se me pone así me parece que vivo con un alien venido de Marte. Con lo fácil que es decir “ay qué rico se está aquí en la cama y como es fin de semana no me tengo que levantar a ningún sitio”. Y en ese momento ronroneas un poco, te das media vuelta y sigues durmiendo con una felicidad máxima porque no te tienes que levantar para ir a ningún lado.


Total, que me lío.


El pasado martes estaba saliendo de casa para ir a trabajar con un sueño que me moría. Los martes además son mi día más odiado de la semana, o sea que no iba para nada contenta. Sonámbula y cabreada, mala combinación.


El caso es que además de ir sonámbula y cabreada, iba sola, así que no tenía a mi Querido Novio cerca para comentar lo que me pasó, y claro, luego se me olvidó. Hasta la mañana siguiente.


La mañana siguiente íbamos por la calle a las 7:30 de la madrugada mi novio y yo, paseando a la perra (él) y yendo a la oficina (yo), cuando volvió a pasar ese evento mágico de la madrugada anterior que se me había olvidado.


Resulta que, pasando por una plaza con una zona verde, se han asentado unos pajarillos que canturrean. Son como mi Querido Novio, pájaros madrugadores de buen humor. La cosa es que hay uno que, os lo juro por lo que queráis, no hace pío pío pío como un pájaro normal.


El tío canta Guantanamera.



¡¡Os lo juro que sí!! El martes le oí y pensaba que estaba dormida, que estaba soñando, o, en el peor de los escenarios, que me había vuelto ya loca de remate. Pero el miércoles ya no tenía ni media duda de que estaba ahí, había vuelto el pájaro cantor de Guantanamera.

-¡¡Eh!! ¿Has oído eso? ¿Lo has oído?

-… No… no oigo nada ¿de qué me hablas?

-Ahí, ¿No oyes el pájaro? A ver… que se ha callado justo ahora, espera- y nos paramos en medio de la plaza, yo con los brazos extendidos esperando a que el pájaro cantor volviera a escena. Y volvió- ¡¡Eso!!¡El pájaro! ¿No lo oyes?

Y ahí es cuando mi Querido Novio se me pone a mirarme raro porque yo me he puesto a silbarle Guantanamera al pájaro en cuestión.

-¿Qué haces?

-Canta Guantanamera. El pájaro. ¿No lo oyes? –y le silbo.

-No, Bailarina. No canta Guantanamera ni de cerca.

-Que sí… ¡Ahí está otra vez! –Y le vuelvo a silbar la melodía- Es Guantanamera clarísimamente, vamos.


-Vamos a ver, Bailarina: tú, como mucho, tienes una perra cubana que cuando pasea por la calle mueve el pandero que parece que la hubiésemos traído de La Habana en vez de la perrera. Pero hasta ahí. El pájaro no está cantando Guantanamera, ni nada que se le parezca remotamente. El pájaro hace pío pío normal.

-Que sí que lo canta.

-Que no.


Morros. Claro. No tengo un humor para que me lleven la contraria así de buena mañana. Y es que además lo canta súper claro, de verdad de la buena.


Lo mejor de todo es que el bichejo no me ha abandonado y sigue ahí en la plaza cada mañana. Y pía Guantanamera para mí y para mi Querido Novio, con lo cual, cada mañana tenemos la misma conversación sí–que-es-Guantanamera-no-es-Guantanamera-ni-de-cerca-pesá, que habitualmente acaba con un:


-Claro, como tienes un oído pésimo, que solo hay que oírte cantar en el Singstar que no haces ni 3.000 puntos de lo mal que cantas, pues no oyes Guantanamera. Pero lo canta, ¡Vamos que sí lo canta!


-Lo que tú digas.


Y bueno, por lo menos con esa marcha mañanera llego algo menos dormida a la oficina. De todas formas, yo creo que esta nueva afición a los pájaros se debe a que vimos hace poco Los Juegos del Hambre y me he quedado así con tara.

Está visto que yo no voy a poder ser una it girl, porque en vez de ver películas rusas de cine alternativo y bajos costes me veo superproducciones americanas Hollywoodienses de ciencia ficción que, encima, me dejan la cabeza tonta. Así voy fatal.

Eso sí, mi padre no cree lo mismo, que ayer le dije muy triste después de comer:




-¡Nunca seré una it girl!

Y él me contestó, dejándome el ego tan por las nubes que aun me dura:

-Tú ya eres una it girl, lo que pasa es que en las revistas no se han dado cuenta todavía. Pero tú, con el estilo que tienes, tú eres una it girl en la sombra.
Así es cómo yo me dejo engañar por un señor que no tiene ni idea de moda ni de ropa ni nada, pero me suelta una cosa así y yo me hincho como un pollo.