20 de mayo de 2013

Attack of the Clones (Episode II)

Estábamos en que tengo una perra encantadora. Una perra que me prepara fiestas de bienvenida cuando llego a casa y que me adora con toda su alma. Lo malo, que el confeti es de una mezcla de ropa con tela de sofá con madera de muebles varios. Lo peor aún, que se cree que se queda sola forever y que nunca nadie va a volver a verla, y de ahí la fábrica clandestina de confeti en casa. Total, que tiene APS, y para aplacarlo hemos probado de todo. Y cuando digo de todo, es de todo.

Leia llegó a casa un 11 de diciembre a modo de regalo de cumpleaños; es decir, el típico regalo súper guay. “¡Uala, un cachorro pequeñito con un lazo rojo al cuello!”.

Ya. Maldita la hora.

La perra en cuestión al principio estaba tímida en esto de rompernos la casa, pero según fue cogiendo confianza con nosotros y con su entorno ella ya se vino arriba y cada día que pasaba sus destrozos iban a más. Nosotros achacábamos sus pinitos como destructora a que era un pobre cachorro, pobrecita, tiene que aprender, no sabe lo que hace.

Mentira cochina.

Tuvieron que pasar varias visitas al veterinario hablándole de las verbenas que montaba la perra cuando se quedaba sola para que detectara que los circos que montaba se salían de lo normal. “Tiene ansiedad por separación”nos dijo el veterinario; “ajam” le dije yo (ni idea de lo que era eso de la ansiedad por separación perruna, pero no iba a admitirlo tan pronto, suficiente pinta de ama-de-perro-panoli-primeriza tengo ya).

No cumplí el objetivo de hacerme la Marisabidilla, y nos explicó lo que era. Teníamos que ignorarle todo el rato, no echarle la bronca cuando veíamos sus destrozos y siempre, siempre, siempre, recoger todo sin que nos viera. Básicamente, que no percibiera que sus destrozos tenían como consecuencia a una esclava recogiendo sus cositas.

Eso no funcionó, y fue a más. Se cargó el sofá de casa. Y no en plan “Ay, me ha mordisqueado una esquina”, no. Rompió los dos reposabrazos, arrancó la piel del sofá a tiras, y vació el relleno de uno de los asientos. Me llevé a la perra al veterinario en el mismo momento en el que vi el salón lleno de espuma de sofá.

Recomendaciones del doctor: cambiar su rutina, seguir con esto de ignorar y encerrarla -por el bien del hogar-. La cerramos en la segunda habitación de casa (único sitio en el que se podía dejar a la perra cerrada), y esa habitación pasó a ser la habitación de Leia, y después “La habitación del pánico”.

Teniendo en cuenta la delicada situación de nuestra amada can, nos hablaron también de medicarla con ansiolíticos para paliar ese estado de desesperación perruna. Estos ansiolíticos se compran en farmacias de personas humanas y dejan al perro grogui, pero el problema de fondo no desaparece, porque hay que seguir con lo de ignorar, etc. Decidimos, por el momento, dejar lo de tener una Carmina perruna con nosotros. Encerrar y educar era el objetivo.

Lo que sí hicimos fue ir a una de esas tiendas de mascotas donde puedes comprar cualquier cosa que se te pase por la imaginación. Adquirimos un spray para rociar a los muebles de la casa y que al perro le diera asquito cuando mordía, para que dejara de comerse la casa. Nos encomendamos a ese líquido como si fuese agua bendita.

No, no funcionó. Como consecuencia a quedarse encerrada en esa habitación hizo cosas como marcar todas las paredes con las patas (de ahí lo de “habitación del pánico”), y comenzar a comerse el armario. Es decir, ese spray fue una súper engañufla.

Volvimos a la tienda de mascotas, les comentamos que teníamos “una perra especial” y que nos habían comentado que habría que darle ansiolíticos (Decir eso en alto a otra persona, per se, es ya bastante ridículo, por cierto). Y aquí llegó una de las conversaciones más surrealistas de mi vida, porque la dependienta de la tienda de mascotas abrió los ojos como platos y exclamó indignadísima:

-¡Ah! ¿Pero es que vas a dar a tu perro medicamentos QUÍMICOS?

Y yo ahí, como si me hubiera abofeteado sólo pude balbucear “no, no, no, si no le hemos dado nada aun, pero es que estamos desesperados”. Pero ella, dependienta antidroga, nos dijo:

-Yo es que jamás les daría nada químico a mis mascotas- y me miró con cara de “pero qué mala persona eres”-. Además, hoy día, para tratar la ansiedad en perros hay un montón de remedios homeopáticos que no dañan al animal ni nada, y son todos naturales.

Y yo asintiendo “ajam” igual que con el veterinario, pero en esta ocasión no por hacerme la lista, sino porque este rollo homeopático la verdad que me parece una chorrada moderna, simple y llanamente. Su solución homeopática me importaba un churro. Pero ella erre que erre.

-¿Habéis probado estos ambientadores de feromonas? –nuestra cara de estupor ante semejante pregunta ya le hizo ver que no, no habíamos oído hablar de semejante cosa en nuestras vidas- ¿No? Pues mira. Esto es un ambientador que va liberando feromonas, que son unas hormonas naturales que las madres liberan cuando tienen una camada, y así los cachorros saben que ese sitio es seguro y se sienten bien. Y esto es lo mismo, entonces el perro lo huele y no sabe por qué pero se siente bien, y se relaja. Lo tienes en collar, en spray vaporizador y en enchufe. Por lo que me decís de que está mal en casa cuando se queda sola lo mejor sería en enchufe, que son 42€ todo, y los recambios luego 20€ cada uno.

Decir que me quedé ojiplática se queda muy corto. ¡Casi 50 eurazos por un Ambipur para perros! ¡Pero bueno! Esa dependienta antidroga pero favorable a tener hormonas en un tarro, ¿Qué se pensaba de la vida? ¿Qué eso era homeopático? Porque espolvorear con hormonas una habitación muy natural no es. Menuda chorrada, un Ambipur perruno. Homeopáticas sacacuartos a mi… ¡Bueno bueno! ¡No caerá esa breva! No compro yo esa sandez para Leia ni de coña. Ea.

Una semana. Ni un día más. Una semana tardé en comprarlo. Lo llamé “Polvo de hadas” (Soy una cursi, lo sé, pero fan de Star Wars también, y Bailarina Frustrada. Contradicción pura).

Y no, no funcionó.

Releyendo lo escrito no sé cómo me sigue cayendo bien la perri, pero el amor es así, ¡No atiende a razones! Así que fuimos al siguiente paso: ¿Ansiolíticos? No, no. No estamos tan desesperados, por favor.

Lo que hizo mi Querido Novio fue llamar a un adiestrador canino. Un profesional del gremio ¿Eh? Cuidado. Y con referencias, es el adiestrador del perro de unos amigos. Se llama Manu y es etólogo, al loro. Es como César Millán pero sin cámaras siguiéndole, más de andar por casa. Es nuestro adiestrador, nuestro susurrador de perros.

Nuestro Jedi.



Nuestro susurrador ha venido dos veces y aun no se ha dado cuenta de que tras esos ojos verdes de perra tonta se esconde una Houdini capaz de abrir puertas y romper cosas a diestro y siniestro. Sin piedad.

En nuestra primera sesión con él (Salón recién arreglado, habitación del pánico en pleno esplendor caótico, perra que había aprendido a abrir puertas y se escapaba para tomarla con el salón otra vez), nos dijo que la perra estaba bien pero que se aburría, y que la teníamos sobreprotegida y no tenía clara la jerarquía de esa casa.

Yo ningún problema con esta fustigación, pero a mi Querido Novio esto de que su perra no le viera como líder le dejó hecho polvo. Estuvo una semana dale que te pego con los ejercicios de sumisión perruna. No negaré que me hizo un poco de ilusión que la perra también pasara de mi Querido Novio lo mismo que pasa de mí, porque a mí no me hace ni puñetero caso, pero lo tengo asumido.

Conclusiones de la primera sesión: “La habitación del pánico es una cárcel para ella y eso de genera más ansiedad aun, ¡Dejadla libre por casa!”. Y nosotros, amén.

Y se volvió a cargar el sofá. Ganas de estrangular al susurrador +1.000.

Segunda visita: susurrador con cara de estupor al ver el sofá roto POR SEGUNDA VEZ. Lo de dejarla libre por casa no era una idea tan brillante, a pesar de que, según él, le veía en la cara que no estaba tan mal, y que su equilibrio mental no estaba tan descompensado y estas cosas que cuentan en estos gremios perrunos que se escapan de mi entendimiento. Total, que nos deja un transportín para tenerla cerrada cuando nos vamos.

Nos dio el transportín un viernes, y el mismo sábado Houdini ya lo había roto y se había fugado. Leia en Alcatraz no dura ni una semana, palabrita. Es una máquina.

Cuando volví a casa y me la encontré paseando por el salón sonreí, no lo voy a negar. Y aunque hayamos tenido que comprar otro transportín al susurrador yo me alegré. Ale, ya lo he dicho. En lo más profundo de mi corazón vi justicia poética. Vi a una perra que decía “A ver, señor susurrador, que no te enteras, que soy una perra, pero perra, perra, perra. Que mis dueños no están locos ni son unos exagerados. O sea, cúrratelo un poco que si no te la lío”.

Así que el susurrador viene el miércoles a su tercera visita con nosotros. Y a ver qué nos cuenta. Yo os mantengo informados, no os preocupéis.