31 de marzo de 2014

NO HAY NADA MEJOR QUE EL ROCE DE TU PIEL


¿Conocéis esa maravillosa y placentera sensación de relajación máxima cuando os están dando un masaje?



Pues… Yo no.


Odio los masajes. Siempre los he odiado y, sinceramente, creo que, con gran dolor de mi corazón, siempre los odiaré. Me pongo nerviosa, mi cerebro se pone a maquinar, y no puedo parar. Pienso cosas como:


“¿Quién coño ha decidido que esta mierda de braga “higiénica” es lo mejor para recibir un masaje? Estoy tan abochornada de tener que dejarme ver con esto que así no hay quien se relaje, hombre ya”.


O bien “¡¡Oh, cielos!! ¡Me está tocando una pierna! ¿Estaré bien depilada? Sí, yo creo que sí pero no se… ¿se verán pelos con esta luz tenue? Mmm… quizá no, ¡Pero puede que sí! ¿Tendrá la masajista su vista acostumbrada a esta luz y lo podrá ver todo?”.


O si no “Dios, esta chica paseándose con sus deditos por mis pies con el asco que me da que me los toquiteen y encima yo cojo y vengo con las uñas sin pintar, qué mal. Acaba ya con los pies, venga, venga, vengaaaaa”.


Aunque mucho peor que el hecho de que te toquen los pies es que te toquen la zona lumbar, porque la gente normal ronronea de gusto pero yo solo soy capaz de pensar “¡Ay Dios! ¡Que me está tocando mis michelines! ¡Qué horror, qué horror!” y la masajista en cuestión, que cree que tiene en su camilla a una persona normal con gustos normales, venga a pasar sus dedos por mis mollitas ahí p’arriba p’abajo, p’arriba, p'abajo sin inmutarse de mi vergüenza supina… Fatal.




Esa pobre mujer se irá a casa pensando “ay, pero qué masajes más ricos doy, que tengo a todos encantados”, pero no. Yo no estoy encantada para nada con tus masajes, que lo sepas.


Durante ese placentero masaje también puedo pensar cosas como “¿Por qué me habré puesto con los brazos hacia arriba en la camilla? ¡Ahora se me están durmiendo! ¿Qué hago, los bajo? No, claro, ya he elegido esta postura y así me quedo ya hasta el final. Si es que siempre igual... Pero bueno, que tú con los brazos pegados al cuerpo no has estado cómoda en tu puñetera vida, Bailarina, así que mejor así”.


Pero ese pensamiento de “mejor así con los brazos hacia arriba” desaparece cuando me están haciendo los hombros. “Joder, Bailarina, joder, joder, joder, para una zona del cuerpo que te gusta que te toquiteen y tú con las manos sobre la cabeza como si fueras a echarte a bailar ballet. Si es que eres leeeeeeeeeeeeeerda”.


Total, que como veis, pienso mucho durante un masaje y no me da tiempo a relajarme y disfrutar, porque cuando ya llevo un buen rato pensando (y siendo masajeada) es cuando dejo a un lado todas mis vergüenzas y pienso “¡Otra vez estoy desperdiciando el masaje por pensar en mis ñoñerías! A ver, Bailarina, concéntrate en disfrutar del tiempo que te queda. Y yo… ¿Cuánto tiempo llevaré? Aver, pensemos: si el masaje contratado es de 45’ y ha empezado masajeándome las piernas (y los pies, puaj, qué asco), yo estimo que habrá estado con cada pierna alrededor de… ¿qué? ¿Cinco minutos? ¿Diez? Si tiene que pasar aun por los brazos y la espalda y ha pasado ya por las piernas y está con el brazo 1 entonces…”


Entonces nada. En resumen: no disfruto del masaje, no me relajo, y salgo acomplejada y cabreada. Mal.


Bueno, pues como si esto de sufrir así no fuese lo suficientemente malo, el martes mi espalda hizo catacrac así sin previo aviso y me convertí en la prima de Robocop. Pero con daño.



Eso sí, a mi Querido Novio mi dolor infernal le chupaba un pie y me llamaba Robocop con un salero que no veas. Que si Robocop ji-ji-ji, que si Robocop ja-ja-já, que si “pero qué te has hecho para estar así, hija de mi vida, que no puedes ni moverte”, que si llamarme cuando estaba de espaldas a él para girarme toda yo y cuando le decía “¿Qué quieres?” decirme “Ná, tocarte las pelotas un poco”.


Un salao.


Total, que Bailarina Robocop se fue al médico, que me dijo “¡¡Increíble, tienes toda la espalda totalmente agarrotada!!” y me dio drogas como para narcotizar a una discoteca entera.


Las farmacias venden unas cosas que os sorprenderíais de los vuelos que proporcionan a los que las consumen. Acojonantes.


Pero el médico en cuestión también me dijo, “Lo más recomendable sería que consiguieras una cita en un fisioterapeuta, para que haga un masaje descontracturante”.


“Ya estamos jodiendo”, pensé yo. Con lo que me gustan a mí los masajitos. Pero situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Le escribí a mi madre vía whatsapp:




Bailarina dice: Vengo del médico, que tengo una contractura en la espalda. Me ha dicho que lo mejor ir a un fisio hoy mismo. ¿La tuya me puede coger?

Madre de Bailarina dice: Pregunto y te llamo.


¡Eso es efectividad señores! A la media hora, mi madre me llamó. Lástima que la serenidad que desprende por whatsapp sea todo mentira. Es la presbicia lo que le hace ser tan escueta al escribir con el móvil, en realidad, como buena drama-mamá, ella estaba totalmente histérica.


-¡¡Pero hija mía!! ¿Se puede saber qué te ha pasado ahora? Si es que eres mari pupas y sus amigos. ¿Qué tienes en la espalda?

-Pues…nada, que me ha empezado a doler a la mañana y no me podía mover, así que he ido al médico y resulta que tengo una contractura de caballo. Lo que te ponía en el whatsapp, vaya. ¿Has conseguido fisio para mí?

-Sí, he llamado al centro al que voy yo y les he llorado hasta la extenuación. Tienes hora a las siete y además con la que me hace a mí, que es muy buena, ya verás. Menos mal, porque ya estaba dispuesta que te hiciera el masaje hasta la recepcionista de la entrada. Con tal de que te viera alguien…

-Ay muchas gracias, madre. A las 7 entonces. Te llamo cuando salga.

-Vale cariño. Cuídate.



Y a las 7 me fui a que me viera la fisio en cuestión. ¿Conocéis esa maravillosa y placentera sensación de relajación máxima cuando os están dando un masaje?


Pues con un masaje descontracturante no notas nada ni remotamente parecido. Joder qué daño.  Está el sadomasoquismo y después, a otro nivel muy superior, está la zurra que me metió esa mujer en la espalda, que llegué a casa con todo el cuello rojo como tomatito, y con algún que otro arañazo.


Resulta que la tía, esa hija de una hiena, te localiza uno de los nudos que tienes en la espalda y que tú no quieres ni tocar y te espachurra el dedo contra el nudo, y después, cuando tu sufrimiento parece que no puede llegar a más, agarra el susodicho nudo con dos dedos y vuelve a espachurrarte hasta que se te saltan las lágrimas a los ojos. y la quieres matar, claro.


Un placer, vamos. Eso sí, de mis mollitas ni me acuerdo, solo pienso en la madre de la fisio.


Y mañana vuelvo. A ver qué tal. ¡Deseadme suerte!