¿Conocéis
esa maravillosa y placentera sensación de relajación máxima cuando os están
dando un masaje?
Pues…
Yo no.
Odio
los masajes. Siempre los he odiado y, sinceramente, creo que, con gran dolor de
mi corazón, siempre los odiaré. Me pongo nerviosa, mi cerebro se pone a
maquinar, y no puedo parar. Pienso cosas como:
“¿Quién
coño ha decidido que esta mierda de braga “higiénica” es lo mejor para recibir
un masaje? Estoy tan abochornada de tener que dejarme ver con esto que así no
hay quien se relaje, hombre ya”.
O
bien “¡¡Oh, cielos!! ¡Me está tocando una pierna! ¿Estaré bien depilada? Sí, yo
creo que sí pero no se… ¿se verán pelos con esta luz tenue? Mmm… quizá no,
¡Pero puede que sí! ¿Tendrá la masajista su vista acostumbrada a esta luz y lo
podrá ver todo?”.
O
si no “Dios, esta chica paseándose con sus deditos por mis pies con el asco que
me da que me los toquiteen y encima yo cojo y vengo con las uñas sin pintar,
qué mal. Acaba ya con los pies, venga, venga, vengaaaaa”.
Aunque
mucho peor que el hecho de que te toquen los pies es que te toquen la zona
lumbar, porque la gente normal ronronea de gusto pero yo solo soy capaz de
pensar “¡Ay Dios! ¡Que me está tocando mis michelines! ¡Qué horror, qué horror!”
y la masajista en cuestión, que cree que tiene en su camilla a una persona
normal con gustos normales, venga a pasar sus dedos por mis mollitas ahí
p’arriba p’abajo, p’arriba, p'abajo sin inmutarse de mi vergüenza supina… Fatal.
Esa
pobre mujer se irá a casa pensando “ay, pero qué masajes más ricos doy, que
tengo a todos encantados”, pero no. Yo no estoy encantada para nada con tus
masajes, que lo sepas.
Durante
ese placentero masaje también puedo pensar cosas como “¿Por qué me habré puesto
con los brazos hacia arriba en la camilla? ¡Ahora se me están durmiendo! ¿Qué
hago, los bajo? No, claro, ya he elegido esta postura y así me quedo ya hasta
el final. Si es que siempre igual... Pero bueno, que tú con los brazos pegados
al cuerpo no has estado cómoda en tu puñetera vida, Bailarina, así que mejor
así”.
Pero
ese pensamiento de “mejor así con los brazos hacia arriba” desaparece cuando me
están haciendo los hombros. “Joder, Bailarina, joder, joder, joder, para una
zona del cuerpo que te gusta que te toquiteen y tú con las manos sobre la
cabeza como si fueras a echarte a bailar ballet. Si es que eres
leeeeeeeeeeeeeerda”.
Total,
que como veis, pienso mucho durante un masaje y no me da tiempo a relajarme y
disfrutar, porque cuando ya llevo un buen rato pensando (y siendo masajeada) es
cuando dejo a un lado todas mis vergüenzas y pienso “¡Otra vez estoy
desperdiciando el masaje por pensar en mis ñoñerías! A ver, Bailarina,
concéntrate en disfrutar del tiempo que te queda. Y yo… ¿Cuánto tiempo llevaré?
Aver, pensemos: si el masaje contratado es de 45’ y ha empezado masajeándome
las piernas (y los pies, puaj, qué asco), yo estimo que habrá estado con cada
pierna alrededor de… ¿qué? ¿Cinco minutos? ¿Diez? Si tiene que pasar aun por
los brazos y la espalda y ha pasado ya por las piernas y está con el brazo 1
entonces…”
Entonces
nada. En resumen: no disfruto del masaje, no me relajo, y salgo acomplejada y
cabreada. Mal.
Bueno,
pues como si esto de sufrir así no fuese lo suficientemente malo, el martes mi
espalda hizo catacrac así sin previo aviso y me convertí en la prima de
Robocop. Pero con daño.
Eso
sí, a mi Querido Novio mi dolor infernal le chupaba un pie y me llamaba Robocop
con un salero que no veas. Que si Robocop ji-ji-ji, que si Robocop ja-ja-já,
que si “pero qué te has hecho para estar así, hija de mi vida, que no puedes ni
moverte”, que si llamarme cuando estaba de espaldas a él para girarme toda yo y
cuando le decía “¿Qué quieres?” decirme “Ná, tocarte las pelotas un poco”.
Un
salao.
Total,
que Bailarina Robocop se fue al médico, que me dijo “¡¡Increíble, tienes toda
la espalda totalmente agarrotada!!” y me dio drogas como para narcotizar a una
discoteca entera.
Las
farmacias venden unas cosas que os sorprenderíais de los vuelos que
proporcionan a los que las consumen. Acojonantes.
Pero
el médico en cuestión también me dijo, “Lo más recomendable sería que
consiguieras una cita en un fisioterapeuta, para que haga un masaje
descontracturante”.
“Ya
estamos jodiendo”, pensé yo. Con lo que me gustan a mí los masajitos. Pero
situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Le escribí a mi madre
vía whatsapp:
Bailarina dice: Vengo del
médico, que tengo una contractura en la espalda. Me ha dicho que lo mejor ir a
un fisio hoy mismo. ¿La tuya me puede coger?
Madre de Bailarina dice: Pregunto y
te llamo.
¡Eso
es efectividad señores! A la media hora, mi madre me llamó. Lástima que la
serenidad que desprende por whatsapp sea todo mentira. Es la presbicia lo que
le hace ser tan escueta al escribir con el móvil, en realidad, como buena
drama-mamá, ella estaba totalmente histérica.
-¡¡Pero
hija mía!! ¿Se puede saber qué te ha pasado ahora? Si es que eres mari pupas y
sus amigos. ¿Qué tienes en la espalda?
-Pues…nada,
que me ha empezado a doler a la mañana y no me podía mover, así que he ido al
médico y resulta que tengo una contractura de caballo. Lo que te ponía en el
whatsapp, vaya. ¿Has conseguido fisio para mí?
-Sí, he
llamado al centro al que voy yo y les he llorado hasta la extenuación. Tienes
hora a las siete y además con la que me hace a mí, que es muy buena, ya verás.
Menos mal, porque ya estaba dispuesta que te hiciera el masaje hasta la
recepcionista de la entrada. Con tal de que te viera alguien…
-Ay muchas
gracias, madre. A las 7 entonces. Te llamo cuando salga.
-Vale
cariño. Cuídate.
Y
a las 7 me fui a que me viera la fisio en cuestión. ¿Conocéis esa maravillosa y
placentera sensación de relajación máxima cuando os están dando un masaje?
Pues con un
masaje descontracturante no notas nada ni remotamente parecido. Joder qué daño.
Está el sadomasoquismo y después, a otro
nivel muy superior, está la zurra que me metió esa mujer en la espalda, que
llegué a casa con todo el cuello rojo como tomatito, y con algún que otro
arañazo.
Resulta que
la tía, esa hija de una hiena, te localiza uno de los nudos que tienes en la espalda y que tú no
quieres ni tocar y te espachurra el dedo contra el nudo, y después, cuando tu
sufrimiento parece que no puede llegar a más, agarra el susodicho nudo con dos
dedos y vuelve a espachurrarte hasta que se te saltan las lágrimas a los ojos. y la quieres matar, claro.
Un placer,
vamos. Eso sí, de mis mollitas ni me acuerdo, solo pienso en la madre de la
fisio.
Y mañana
vuelvo. A ver qué tal. ¡Deseadme suerte!