24 de junio de 2013

DESAYUNO Y MERIENDA IDEAL


He estado revisando las estadísticas del blog para ver si después de una semana han crecido algo las visitas con la página del Facebook tan fantástica que tengo ahora. Y la verdad es que las conclusiones no son muy halagüeñas. Para empezar, mis últimos posts no los ha leído ni Rita la pollera, y eso que yo doy lo mejor de mí y me dedico a ponerme en ridículo por voluntad propia. Y para seguir, el post más leído es ese que como me lo pille mi madre me cuelga del palo mayor. Verás tú.

Sin embargo, yo que me dedico a chapotear por la red y navegar a la deriva entre montones de información, caí ayer sin saber ni cómo en un artículo sobre el postureo que hizo pensar. Porque sí, yo seguía en modo quejica nadie-me-lee. Total, que según el artículo en cuestión, y parafraseando a J. Luis Orihuela, profesor de la Universidad de Navarra: cuando la búsqueda de reconocimiento se convierte en la finalidad del acto comunicativo, estaríamos hablando de postureo.


 Y eso sí que no. Yo puedo ser muchas cosas, pero postureadora no soy para nada en absoluto. No, nein, niet, ni – de – broma. Yo que me río de toda esa gente que se dedica a contar su vida y milagros al resto del mundo en el Facebook. Yo, que escribo un twit con mis pensamientos y pienso “Pero hija mía, ¿A quién crees que le importa tu opinión, si puede saberse?” y acto seguido lo borro. ¿Bailarina postureadora? Eso sí que no. Así que esto de cotillear a ver cuántas personas han pasado por aquí se ha acabado, ea.

 
Dicho esto, os contaré que este fin de semana hemos tenido a nuestra amada perri especialmente graciosa. Hace mucho que no os hablo de ella porque el susurrador está esperando que le mandemos documentos gráficos que le muestren a qué se dedica cuando se queda en soledad. Es decir, quiere que le grabemos por casa cuando se queda sola y ver qué hace para poder actuar en consecuencia. Esto de grabar parece que es surrealista total, pero yo ya con esta perra y este susurrador me he chiflado del todo y he perdido la noción de lo que es normal y lo que no.

El caso es que estamos intentando dar con una cámara que sea capaz de grabar las cuatro horas largas que se queda sola, porque de momento solo somos capaces de grabar una hora con la tablet. Lo que hace en nuestra ausencia es lo siguiente: nada más irnos de casa, llora un poco, y acto seguido se va a la puerta de casa y se queda ahí sentada en plan perro guardián. Luego se cansa de esa pose de perra guardiana (ella tampoco es de postureo a largo plazo) y se duerme ahí. Fin de la grabación. Total, que con lo espías de pacotilla que somos,  no somos capaces de saber cuándo le da por mordernos los muebles. Tenemos que seguir con las grabaciones clandestinas y enseñarle los deberes al susurrador.

 

Mientras tanto, ella sigue adorable como siempre cuando está fuera de casa. El viernes salimos a cenar de tapas, y nuestra perra era tan maja y tan adorable y tan tierna y tan bien educada (¡Toma ya! que dijeron que estaba nada más y nada menos que ¡Bien educada! Casi me atraganto con el vino cuando lo dijeron. Qué tos, qué tos, qué risa, bien educada, ay la jodía cómo disimula de bien), que en uno de los bares acabaron una pata de jamón y le dieron las sobras, ¡Las sobras de la pata de cochino! Jabuguito para mi adorada perra que sigue una dieta espartana de pienso asqueroso. Claro, evidentemente, ella estaba encantada de la vida, y yo casi me pongo a hacer trucos perrunos para que me dieran jabugo a mí también.

No caí en el ridículo más estrepitoso para obtener jamón, pero lo que sí que pasó es que ahora nuestra querida can ha desarrollado un morrito fino que no hay quien la aguante. Ahora su pienso no es suficiente y va rastreando todo a su alrededor para llevarse nuevos sabores a su recién estrenado paladar de perra exquisita. Total, que el sábado me la jugó.

El sábado es mi día de yo-mi-me-conmigo por excelencia. Mi querido novio se va al alba a practicar deporte y no vuelve hasta la hora de comer, y yo tengo toda la mañana para hacer lo que se me ponga en la punta de la nariz. ¿Os parece un buen plan? Pues no sabéis lo mejor: tengo un novio que es en realidad un ángel caído del cielo de lo buenísimo que es, ¡Y me deja el desayuno preparado! Y no solo eso, sino que además, él se va habiendo paseado ya a la perri, así que aprovecha, ¡Y me compra un croissant! ¿No es maravilloso?

Es maravilloso, y un poco de gorda, de ahí que me haya apuntado al gimnasio y vaya sin descanso. Que estos bollos pasan factura.

Bueno, el caso es que este sábado mi amado marchó al este con la primera luz del alba, mi perra se quedó de guardiana del fortín y yo en plan princesa-modelo “dormir mínimo nueve horas es súper híper mega importante para lucir esta piel de porcelana” me lancé a los brazos de Morfeo.




Y así estaba yo, durmiendo plácidamente, cuando al morrito fino de mi perra llegaron aromas de alimentos mejores que su pienso, aromas de algo sabroso, dulce, algo de desayuno especial que activó su nuevo instinto delicatesen, y allá que se fue, a lo loco, with no regard of her own safety, que hubiese escrito en un writing de inglés.


Se fue, y la lió, por supuesto. Si bien he de admitir, en honor a la verdad, que la perra estuvo fina y limpia. Se subió a la mesa y decidió dejar de lado el zumo de naranja y la macedonia de frutas –no es muy de frutas la amiga, como su dueña- y tampoco le gustó mucho el tema Galleta María Fontaneda. Le debió de parecer una ordinariez comer eso un sábado, un martes…igual, pero un sábado, no señorita. Sin embargo, se zampó mi croissant y no dejó ni una sola miga sobre el plato. Y se bebió mi colacao. Enterito. Se puso sobre el tazón y lametón a lametón se bebió absolutamente todo.


Imaginad mi cara cuando amanezco y me encuentro en la mesa de la cocina medio desayuno puesto y medio que había desaparecido misteriosamente… y una perra con orejas agachadas. Lo peor de todo es que estaba tan dormida que no me di cuenta de nada. Pensé “Pero ¿Este novio mío?…menudo es”, y así me quedé, tan pancha, tan ingenua, tan naïve.

No me di cuenta de la jugarreta de la perra hasta que no llegué donde mi querido novio y le solté, así sin medias tintas

-¿Tu qué? ¿Te has dormido a la mañana?

 Y él -No, he ido bien, como todos los días, ¿por qué lo dices?

-Pues porque te has dejado todo el desayuno sin recoger, que estaba todo en la mesa.

-¿Yo? No no, si yo he desayunado normal y he recogido todo.

-Pero si estaba todo en la mesa, el zumo sin beber y una macedonia entera, y luego la taza del colacao vacía.

Y ahí mi amado, que además de bueno es avispado ya se giró a la culpable, mientras me decía:

-Pero si yo te he dejado el desayuno preparado en la mesa para que te lo tomaras al levantarte, con croissant y todo ¿Y no tenías nada? ¿Ni el bollo? ¿Ni siquiera el Colacao?

Y no, no tenía ni siquiera  el Colacao, y eso que es de los dietéticos. Si es que esta perra se pirra por el chocolate, y eso que es malísimo para los canes, pero es como una yonki. En fin, que esto de tener los desayunos preparados para tenerlos listos cuando amanezca, muy a mi pesar, se me ha acabado.
 

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