9 de diciembre de 2013

ALL I HAVE TO DO IS DREAM, DREAM, DREAM, DREAM


La pasada semana caí por casualidad en un artículo muy interesante que publicaban en la web de la revista Yorokobu. Por si no la conocéis, os recomiendo fervientemente sus artículos y reportajes ya que es una revista diferente, divertida y entretenida, llena de curiosidades. Soy una gran fan.



El artículo en cuestión, que podéis leer aquí al completo, habla de una app para registrar los sueños que has tenido durante la noche antes de despertarte del todo y que se te olviden por siempre jamás. Porque, ¿Nunca os ha pasado que al levantaros de la cama recordáis vívidamente lo que estabais soñando apenas unos minutos atrás, pero cuando estáis delante del cola-cao resoplando por lo poco que habéis dormido, os dais cuenta de que ya no sabéis qué carajo era lo que habíais soñado?


A mí un motón de veces. Lo cierto es que sueño con bastante frecuencia, y sí, también me pasa que tengo mal despertar… Bueno, para ser más sincera, tengo un pésimo despertar. A algunos pobres además les toca sufrir mis humos mañaneros.  Mi padre, sin ir más lejos, se ha pasado toda mi vida desde que nací hasta que me fui de casa despertándome dulcemente cada mañana, preparándome el desayuno amorosamente porque, de lo contrario, o no llegaba a clase o no desayunaba, y dándome conversación para ver si espabilaba porque daba lastimita verme.



Por supuesto, el monólogo mañanero incluía parte del tiempo detallado con probabilidad de lluvia y temperatura por horas (Webs de meteorología: qué daño habéis hecho a las sufridas familias de padres con vocación de hombres del tiempo –que me consta que hay un montón-. No lo sabéis bien, desgraciados).


Mis “respuestas” normalmente eran:

-Miradas de asco/odio profundo y ganas de sacar ojos.

-Caras de asco y de “¿y a mí qué me importa esto que me estás contando a esta hora de la madrugada? Que lo que yo quiero es dormir”.

-Gruñidos y todo tipo de sonidos que no implicaran abrir la boca.

- “¡¡¡ccccchhhhhhhhhsssssssstttt!!!” para mandar callar al parlante.

Y ya, una vez superada la fase “Bailarina no habla”, grandes frases para la posteridad (hubiera sido mejor para todos mantenerse callada):

-“Déjame en paz, por favor”.

-“Que sí”.

-“Vale”.

-“Que síííí. Uf, pero qué pesado”.

-“Que me da igual el tiempo que haga, que ya tengo la ropa elegida y ya no me cambio”.

-“¿Ya me has hecho desayuno otra vez? Que te he dicho que a estas horas no me entra nada de nada, qué pesado”.

-“Un 20% de probabilidad de lluvia a las 11 ¿Y qué me importa eso a mi si estoy en clase, a ver?”.


Pero mi santo padre ahí aguantaba el tipo como un bendito y cada mañana teníamos la misma performance. Él entendía que la que hablaba no era yo, era el bicho malo de carácter nefasto de los amaneceres. Lo que pasa es que mi súper padre conoce bien al enemigo, fundamentalmente porque está rodeado de ellos: mi madre, mi hermana y yo estamos infectadas por él.




Él, en cambio, es de esos raritos a los que no les cuesta madrugar y está a tope desde primera hora de la mañana luchando contra los respectivos monstruos de sus chicas.


Y si creéis que mi bicho mañanero es malo, es que no conocéis el de mi hermanísima. Ese es terrible.


Mi hermanísima no se levanta ni a la de tres. Es capaz de tener un despertador sonando ensordecedoramente junto a su tímpano y seguir durmiendo sin inmutarse. Una crack. Solo reacciona al zarandeo continuado de su cuerpo como medida para despertarse, y claro, amanece cabreada como una mona; no le gusta ser zarandeada. Normal.



Pero lo peor de los amaneceres de mi hermanísima es que es súper aficionada a hacer tigres.


Hacer tigres es la forma que usamos en mi casa para describir a ese lapso de tiempo indefinido que pasa uno en la cama echando un sueñito corto antes de levantarse de la cama definitivamente. Son “esos cinco minutitos más” o el “snooze” de los despertadores que tienen piedad. Evidentemente, uno puede hacer uno o varios tigres antes de levantarse del todo, y pueden durar desde dos minutitos hasta… hasta que el tigre pasa a ser un “¡MIERDA! ¡Que me he dormido!” en toda regla. Lo explico porque hasta hace poco pensaba que “Hacer tigres” era una expresión mundialmente conocida y resulta que no, que es cosa de unos pocos. Toda una sorpresa.


Bien, pues mi hermana es de las que hace infinitos tigres y cada uno de ellos es susceptible de convertirse en un “mierda me he dormido” en toda regla. Menos mal que, cuando ella también estaba viviendo en casa, nuestro padre estaba ahí para impedírselo. Pero, ay amiga, a qué precio.








Mis peores caras de odio son una mueca infantil en comparación el rostro de mi hermanísima cuando le despertaban de sus tigres. Y menuda expresión terriblemente terrorífica: con esos ojos inyectados en sangre y ese pelo revuelto por la almohada mirando con la peor expresión de asco profundo posible. Ni la niña del exorcista da tanto miedo.


Por supuesto, hablar con el mundo no entraba en los planes de mi hermanísima hasta pasada al menos una hora desde el amanecer de la zombie, y toda su interactuación con el entorno se limitaba a gruñidos y caras de asco. Nada más. A su lado, servidora es una monologuista mañanera.


Ahora bien, si mi hermanísima y yo somos de reinicio mañanero lento es simple y llanamente porque somos dignas hijas de nuestra santísima madre. Ella es el origen. Nuestra santa madre tiene el peor amanecer conocido en la historia de la humanidad. Gruñidos, caras de asco al parlanchín de turno y poca conversación son sus señas de identidad, pero en versión XXL.


Y si por un casual ella está durmiendo plácidamente mientras tú tienes que madrugar para ir a alguna actividad -como un partido de baloncesto a las 9 de la mañana de un sábado- y del ruido que haces al vestirte o al poner el desayuno despiertas a la bestia…








HUYE. Aunque estés en pijama, aunque estés limpiándote los dientes con la pasta en la boca, tú huye, porque nada puede aplacar a la bestia. Creedme.


Padre, en nombre de tus chicas, te pido disculpas desde aquí, y te agradecemos todas las toneladas de paciencia que has tenido.


Ahora mi padre es un hombre feliz, con sus hijas fuera de casa y sin tener que ser el objetivo de las iras mañaneras de nadie, es un hombre que sonríe desde las 6:45 de la mañana (que es su hora de despertarse para ir a trabajar). Como se suele despertar antes de que mi madre lo haga, ha desarrollado la capacidad de hacer todos los quehaceres mañaneros (amanecer, mirar el parte meteorológico en el móvil, ducha, ropa, afeitado, desayuno, dientes y a levantar el país) como si fuese un ninja ultra silencioso. Los monstruos ya no le molestan, ahora se ríe de los pobres desgraciados a los que les toca sufrirnos.


Como mi Querido Novio.


Porque ahora, cuando me despierto al alba tras innumerables gruñidos y lloros, mi Querido Novio recibe como primeras palabras del día “No quiero ir a trabajar, no quiero, déjame en paz”.

Y, cuando me siento a desayunar, la conversación es la siguiente:

-¿Y qué tiempo va a hacer hoy?

-Pues no sé, Bailarina, ¿Cómo quieres que lo sepa?

-Ah, ¿Qué me estás diciendo, que no has mirado el tiempo que va a hacer hoy? ¿Ni siquiera sabes si va a llover o no?

-Pues… no.

-Anda que… menudo novio. Que sepas que mi padre me decía todos los días el tiempo que iba a hacer y si iba a llover o no y cuándo. Tanto mirar el iPad y no miras lo básico de una mañana. De verdad, ¿eh? Qué tío…

-Bueno, ya te lo miro. A ver…







De manera que mi santo padre, el día que se enteró de las mañanas que le daba a mi Querido Novio, esbozó un gesto de satisfacción interna difícil de describir. Pero cuando le confesé que exigía el parte meteorológico del día con probabilidad de lluvia por hora y todo, sacó una sonrisa de oreja a oreja que aun hoy mantiene. ¡Vaya cara de guasa porta desde entonces!


-¿Así que sigues igual cuando te despiertas? Desde luego, hay cosas que no cambian. Mismo carácter jovial y alegre mañanero, por lo que veo. Y encima pidiendo que te digan el tiempo que va a hacer, ¡Con la guerra que me dabas siempre con que te importaba un pito el tiempo! Pobre chaval, la tiene clara contigo.


Y, en lo más profundo de su corazón, su pequeño monstruito de padre protector le dice a su subconsciente: “¿Pobre chaval? ¡Nada de pobre! Ale, tú que me quitaste a mi niña chiquitina, súfrela todas las mañanas como lo he hecho yo ¡Y encantado de la vida de aguantarla, además! Y le das el parte del tiempo. Qué menos, ni que te pidiera diamantes”.

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