La pasada
semana caí por casualidad en un artículo muy interesante que publicaban en la
web de la revista Yorokobu. Por si no la conocéis, os recomiendo fervientemente
sus artículos y reportajes ya que es una revista diferente, divertida y
entretenida, llena de curiosidades. Soy una gran fan.
El artículo
en cuestión, que podéis leer aquí al completo, habla de una app para registrar
los sueños que has tenido durante la noche antes de despertarte del todo y que
se te olviden por siempre jamás. Porque, ¿Nunca os ha pasado que al levantaros
de la cama recordáis vívidamente lo que estabais soñando apenas unos minutos
atrás, pero cuando estáis delante del cola-cao resoplando por lo poco que
habéis dormido, os dais cuenta de que ya no sabéis qué carajo era lo que habíais
soñado?
A mí un
motón de veces. Lo cierto es que sueño con bastante frecuencia, y sí, también
me pasa que tengo mal despertar… Bueno, para ser más sincera, tengo un pésimo
despertar. A algunos pobres además les toca sufrir mis humos mañaneros. Mi padre, sin ir más lejos, se ha pasado toda
mi vida desde que nací hasta que me fui de casa despertándome dulcemente cada
mañana, preparándome el desayuno amorosamente porque, de lo contrario, o no llegaba a clase
o no desayunaba, y dándome conversación para ver si espabilaba porque daba
lastimita verme.
Por supuesto, el monólogo mañanero incluía parte del tiempo detallado con probabilidad de lluvia y temperatura por horas (Webs de meteorología: qué daño habéis hecho a las sufridas familias de padres con vocación de hombres del tiempo –que me consta que hay un montón-. No lo sabéis bien, desgraciados).
Por supuesto, el monólogo mañanero incluía parte del tiempo detallado con probabilidad de lluvia y temperatura por horas (Webs de meteorología: qué daño habéis hecho a las sufridas familias de padres con vocación de hombres del tiempo –que me consta que hay un montón-. No lo sabéis bien, desgraciados).
Mis
“respuestas” normalmente eran:
-Miradas de
asco/odio profundo y ganas de sacar ojos.
-Caras de
asco y de “¿y a mí qué me importa esto que me estás contando a esta hora de la
madrugada? Que lo que yo quiero es dormir”.
-Gruñidos y
todo tipo de sonidos que no implicaran abrir la boca.
-
“¡¡¡ccccchhhhhhhhhsssssssstttt!!!” para mandar callar al parlante.
Y ya, una
vez superada la fase “Bailarina no habla”, grandes frases para la posteridad (hubiera
sido mejor para todos mantenerse callada):
-“Déjame en
paz, por favor”.
-“Que sí”.
-“Vale”.
-“Que síííí.
Uf, pero qué pesado”.
-“Que me da
igual el tiempo que haga, que ya tengo la ropa elegida y ya no me cambio”.
-“¿Ya me
has hecho desayuno otra vez? Que te he dicho que a estas horas no me entra nada
de nada, qué pesado”.
-“Un 20% de
probabilidad de lluvia a las 11 ¿Y qué me importa eso a mi si estoy en clase, a
ver?”.
Pero mi
santo padre ahí aguantaba el tipo como un bendito y cada mañana teníamos la
misma performance. Él entendía que la que hablaba no era yo, era el bicho malo
de carácter nefasto de los amaneceres. Lo que pasa es que mi súper padre conoce
bien al enemigo, fundamentalmente porque está rodeado de ellos: mi madre, mi hermana
y yo estamos infectadas por él.
Él, en cambio, es de esos raritos a los que no les cuesta madrugar y está a tope desde primera hora de la mañana luchando contra los respectivos monstruos de sus chicas.
Él, en cambio, es de esos raritos a los que no les cuesta madrugar y está a tope desde primera hora de la mañana luchando contra los respectivos monstruos de sus chicas.
Y si creéis
que mi bicho mañanero es malo, es que no conocéis el de mi hermanísima. Ese es
terrible.
Mi
hermanísima no se levanta ni a la de tres. Es capaz de tener un despertador
sonando ensordecedoramente junto a su tímpano y seguir durmiendo sin inmutarse.
Una crack. Solo reacciona al zarandeo continuado de su cuerpo como medida para
despertarse, y claro, amanece cabreada como una mona; no le gusta ser
zarandeada. Normal.
Pero lo
peor de los amaneceres de mi hermanísima es que es súper aficionada a hacer tigres.
Hacer tigres es la forma que usamos en mi casa
para describir a ese lapso de tiempo indefinido que pasa uno en la cama echando
un sueñito corto antes de levantarse de la cama definitivamente. Son “esos
cinco minutitos más” o el “snooze” de los despertadores que tienen piedad.
Evidentemente, uno puede hacer uno o varios tigres antes de levantarse del todo,
y pueden durar desde dos minutitos hasta… hasta que el tigre pasa a ser un
“¡MIERDA! ¡Que me he dormido!” en toda regla. Lo explico porque hasta hace poco
pensaba que “Hacer tigres” era una
expresión mundialmente conocida y resulta que no, que es cosa de unos pocos.
Toda una sorpresa.
Bien, pues
mi hermana es de las que hace infinitos tigres y cada uno de ellos es
susceptible de convertirse en un “mierda me he dormido” en toda regla. Menos
mal que, cuando ella también estaba viviendo en casa, nuestro padre estaba ahí
para impedírselo. Pero, ay amiga, a qué precio.
Mis peores caras de odio son una mueca infantil en comparación el rostro de mi hermanísima cuando le despertaban de sus tigres. Y menuda expresión terriblemente terrorífica: con esos ojos inyectados en sangre y ese pelo revuelto por la almohada mirando con la peor expresión de asco profundo posible. Ni la niña del exorcista da tanto miedo.
Por
supuesto, hablar con el mundo no entraba en los planes de mi hermanísima hasta
pasada al menos una hora desde el amanecer de la zombie, y toda su
interactuación con el entorno se limitaba a gruñidos y caras de asco. Nada más.
A su lado, servidora es una monologuista mañanera.
Ahora bien,
si mi hermanísima y yo somos de reinicio mañanero lento es simple y llanamente
porque somos dignas hijas de nuestra santísima madre. Ella es el origen. Nuestra
santa madre tiene el peor amanecer conocido en la historia de la humanidad.
Gruñidos, caras de asco al parlanchín de turno y poca conversación son sus
señas de identidad, pero en versión XXL.
Y si por un
casual ella está durmiendo plácidamente mientras tú tienes que madrugar para ir
a alguna actividad -como un partido de baloncesto a las 9 de la mañana de un
sábado- y del ruido que haces al vestirte o al poner el desayuno despiertas a
la bestia…
HUYE. Aunque
estés en pijama, aunque estés limpiándote los dientes con la pasta en la boca,
tú huye, porque nada puede aplacar a la bestia. Creedme.
Padre, en
nombre de tus chicas, te pido disculpas desde aquí, y te agradecemos todas las
toneladas de paciencia que has tenido.
Ahora mi
padre es un hombre feliz, con sus hijas fuera de casa y sin tener que ser el
objetivo de las iras mañaneras de nadie, es un hombre que sonríe desde las 6:45
de la mañana (que es su hora de despertarse para ir a trabajar). Como se suele
despertar antes de que mi madre lo haga, ha desarrollado la capacidad de hacer
todos los quehaceres mañaneros (amanecer, mirar
el parte meteorológico en el móvil, ducha, ropa, afeitado, desayuno,
dientes y a levantar el país) como si fuese un ninja ultra silencioso. Los
monstruos ya no le molestan, ahora se ríe de los pobres desgraciados a los que
les toca sufrirnos.
Como mi
Querido Novio.
Porque
ahora, cuando me despierto al alba tras innumerables gruñidos y lloros, mi Querido
Novio recibe como primeras palabras del día “No quiero ir a trabajar, no quiero,
déjame en paz”.
Y, cuando
me siento a desayunar, la conversación es la siguiente:
-¿Y qué
tiempo va a hacer hoy?
-Pues no
sé, Bailarina, ¿Cómo quieres que lo sepa?
-Ah, ¿Qué me
estás diciendo, que no has mirado el tiempo que va a hacer hoy? ¿Ni siquiera
sabes si va a llover o no?
-Pues… no.
-Anda que…
menudo novio. Que sepas que mi padre me decía todos los días el tiempo que iba
a hacer y si iba a llover o no y cuándo. Tanto mirar el iPad y no miras lo
básico de una mañana. De verdad, ¿eh? Qué tío…
-Bueno, ya
te lo miro. A ver…
De manera
que mi santo padre, el día que se enteró de las mañanas que le daba a mi Querido
Novio, esbozó un gesto de satisfacción interna difícil de describir. Pero
cuando le confesé que exigía el parte meteorológico del día con probabilidad de
lluvia por hora y todo, sacó una sonrisa de oreja a oreja que aun hoy mantiene.
¡Vaya cara de guasa porta desde entonces!
-¿Así que
sigues igual cuando te despiertas? Desde luego, hay cosas que no cambian. Mismo
carácter jovial y alegre mañanero, por lo que veo. Y encima pidiendo que te
digan el tiempo que va a hacer, ¡Con la guerra que me dabas siempre con que te
importaba un pito el tiempo! Pobre chaval, la tiene clara contigo.
Y, en lo
más profundo de su corazón, su pequeño monstruito de padre protector le dice a
su subconsciente: “¿Pobre chaval? ¡Nada de pobre! Ale, tú que me quitaste a mi
niña chiquitina, súfrela todas las mañanas como lo he hecho yo ¡Y encantado de
la vida de aguantarla, además! Y le das el parte del tiempo. Qué menos, ni que te pidiera diamantes”.
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