Esta semana
pasada va a pasar a la historia de Bailarina como aquella vez en la que se lió
parda. Pero parda pardísima. Os cuento:
Esta ha
sido una semana muy intensa de nervios, agobio, angustia, estrés pero que,
afortunadamente, ya pasó. Hoy es lunes de nuevo, luce el sol, los pájaros
cantan y la vida es maravillosa. Sin embargo, la semana pasada no era así. Yo
iba como una zombie histérica por la vida (zombie porque no me enteraba de nada
que no fuesen mis circunstancias e histérica por los nervios), y debía de tener
semejante cara de agobio, que un amigo me dio un obsequio para alegrarme un
poco.
-Toma. –me
dijo el miércoles- Que te veo muy agobiada y con esto que me han dado el sábado
te echas unas risas a mi salud.
-¿Pero qué
es?
-Nada, de
las del bar. Que han preparado de éstas para una boda que han tenido y les han
sobrado. Son… galletas de maría y me han dado una. Toma, te doy la mitad para
ti para que te la tomes el fin de semana y ya verás qué bien.
-¿Cómo
maría?
-Sí, maría,
marihuana. Para que te entre el jijiji. Toma.
Y cras,
partió la galleta en dos y me dio media envuelta en papel de aluminio (me dio
la mitad más pequeña, en honor a la verdad).
-¡¡Puf!!
¡Cómo huele al partirla, madre mía! ¡Qué bien te lo vas a pasar el fin de semana!
Aquí tienes, ahora te tengo que dejar que he quedado, pero ya me contarás qué
tal, ¿eh?
-Eh… sí,
claro… hasta luego…
¿Qué? ¿Cómo
os quedáis con Bailarina porrera? ¿eh? ¿eh? Espero que tan en shock como yo.
¡¡Galletas de marihuana!! Casi me quedo muerta con el albal en la mano, no
entendía nada. Tardé un poco en procesar lo que me acababan de dar de regalo.
A ver,
vamos a explicar un poco esto porque claro, yo vivo con miedo de que mis padres
algún día lleguen a leer este blog (no confiéis en el empanamiento de los
padres y en el desconocimiento que tienen de las nuevas tecnologías, que en un
pis pas te han pillado con todo el equipo y tú estás castigadísimo aunque
tengas 35 años, os lo advierto).
Aquí la que
os escribe tampoco es que sea la reencarnación blanca de Bob Marley, esto por
adelantado. De hecho, por no saber, no sé ni liar un porrillo; las manualidades
nunca se me dieron bien en el colegio, y ahí sigo, torpe perdida. Con lo cual,
que quede claro que no soy fumadora habitual, y tampoco puede decirse que sea
fumadora ocasional.
Lo que pasa
es que si, por ejemplo, se da una alineación planetaria en la que hay algún
fumeta conmigo, es una ocasión especial, el susodicho se hace un cigarrito de
la risa para todos y me lo pasa, pues yo voy y le doy un par de caladas y me da
la risa y el hambre. Y ya.
..Te lo juro madre que este blog es de humor y mentira
cochina todo…
Total, que
la galleta era un plan genial, no había que preparar nada. Comer y listo, a
reír a tope. Y si la “dosis” se supone que era una galleta por persona con
media no me iba a pasar demasiado, que tampoco es que esté yo demasiado
acostumbrada a estos planes peace&love. Me metí la galleta en el bolso y me
la llevé a casa.
Una vez
allí, pensé “vamos a esconder esto bien porque tampoco vamos a tener drogas en
mitad del piso, aunque estemos aquí solos mi Querido novio y yo, que esta es
una casa de bien”. Y a ello me puse. El mini paquete acabó en un cajón de la
cocina camuflado entre vasos, tuppers, sal y azúcar. Bien.
El drama, una
vez más, vino al día siguiente y de la mano de la adoptada de cuatro patas que
tenemos en casa, y es que la zorra (por inteligente) de Leia tuvo a bien tener
un jueves investigador como en los viejos tiempos.
Cuando
llegué a casa a mediodía encontré: cajones abiertos, basura desperdigada por el
suelo, vasos separados uno a uno y colocados por la cocina sin orden ni
concierto, una taza de desayuno rota en mil pedazos…
Y el
paquete.
Bueno, el
ex paquete. Vacío. Vamos, albal desplegado (que aun sigo alucinada con de
desenvolviera el paquete) y miguitas de galleta de la risa.
-¡¡JODER!!
¡¡Leia, que te has comido la media galleta de maría!!- y me fui a por ella
derecha, y ella se fue corriendo de mi para meterse en su caseta en plan
“no-me-mates”-¡Ven aquí ahora mismo! Mírame, ¡¡mírame!!
Y ahí
estaba yo, como una drama mamá yonki, mirando si la perra tenía los ojos rojos
de la maría de la galleta. Siendo brutalmente sincera os admitiré que incluso
le removí el pelo para ver si le veía si tenía la piel de debajo blanca por si
le había dado “un blancazo”. Luego me di cuenta de que lo que estaba haciendo
era una gilipollez, claro. Paré de hacerlo. Además, no parecía que estuviera
mal. Paseamos y la dejé de vuelta en casa, bostezaba bastante.
El
cachondeo llegó a la tarde. Llegué a casa y claro, la media galleta le había
hecho efecto ya. La perra estaba catatónica en su cama en plan “uau qué morao
llevo, colegui”, y no salía de ahí ni a rastras. Peace&love total. Claro,
yo me chiné, porque era YO la que tenía que estar así el sábado no ELLA un
jueves con MI media galleta, perra cabrona. Me chivé a mi Querido Novio, al que
llamé por teléfono en ese mismo momento:
-¿Sí?
-Cariño,
soy Bailarina. ¿Sabes lo que ha hecho la zorra de tu perra?
-A ver,
sorpréndeme. Qué ha roto
-No, romper
nada, pero ¡Se ha comido mi galleta de maría!
-Cómo
galleta de María. ¿Pero si están guardadas en alto?
-¿Eh?
-Tus
galletas del desayuno, Bailarina, que las tienes que guardar en el altillo
sobre el microondas. ¿Dónde las has guardado esta mañana?
-No, no,
esas marías no, maría Marihuana, no Fontaneda, zopenco.
-¿Cómo
marihuana? ¿Pero de dónde has sacado tú una galleta de Marihuana si puede saberse?
¿Y dónde la habías dejado para que llegara la perra a comérsela? ¿Está bien?
-¡Joder si
está bien! Está en su cama como una reina la tía, fumada perdida que no sale de
su cama ni a la de tres, se le cierran los ojillos y todo. Ya te cuento luego
la historia de la galleta, que me la habían regalado.
- ¿O sea
que está la perra todo ciega? Esta perra va a aprender que no se comen las
cosas de los mayores hoy mismo. Vete tranquila que luego la paseo yo cuando
llegue.
Y la
venganza de mi Querido Novio para con la perra porrera fue de lo más cruel,
porque cuando llegó a casa de trabajar le enganchó el arnés y se la llevó a
correr con todo el morado puesto. Bueno, la perra se le paraba cada dos por
tres y le miraba con cara de “eeehhhh tííííoooo… relax, paso de correr”, pero
él fue implacable.
Cuando volvieron
a casa la susodicha se tiró en plancha en la cama y no salió hasta el día
siguiente. Así que ya sabéis, niños: no se comen las cosas de los mayores. Ea.
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