26 de mayo de 2014

DEL PITA PITA DEL

No sé si lo habréis deducido ya vosotros solos, pero soy una mujer de gustos sencillos: mi pequeña ciudad, mi pueblito bueno, mis vacaciones en Menorca, mi pedazo de Viaje a Nueva York para parecer Alfredo Landa…




Total, que soy más bien normalita pero de alma culinaria aventurera. Eso sí que no no me lo quita nadie. Todo lo que sea comida extraña raruna novedosa, Bailarina se lo zampa sin contemplaciones. Soy así, no conozco límites en lo que a comida exótica se refiere. Y esto es súper raro porque, desde luego, de familia no nos viene.


De pequeñas, mi hermana y yo no íbamos ni siquiera a restaurantes chinos como el resto de familias normales del mundo, porque mi madre los chinos los aborrece con todo su ser (los restaurantes, no a la gente de ojos rasgados, pobres. Contra esos ella no tiene nada). Mi hermana y yo hemos pasado una infancia súper dura sin saber ni siquiera lo que era un arroz tres delicias (¿Qué delicias serían las que acompañaban al arroz? No veas tú qué decepción cuando una de ellas era nada menos que tortilla francesa, tócate los pies. Súper delicia) o un rollito de primavera. No pasamos toda la infancia sumidas en la ignorancia oriental.


Cuando ya fuimos mayores, sin embargo, el poder maternal anti asiático perdió su efecto y descubrimos la comida asiática, fundamentalmente porque empezamos a salir a comer a chinos con las amigas. Y nos gustó.



Lo malo es que nunca jamás conseguimos ir a un chino con nuestros progenitores, porque mi madre vive en un continuo erre que erre antichino. Lo bueno, dentro de lo que cabe, es que en ocasiones muy muy especiales, conseguíamos la bendición y el permiso paternal para pedir chino a domicilio –súper éxito de las hermanas Bailarinas-. Normalmente, este permiso se hacía realidad en época de exámenes, único momento en el que ablandábamos los corazoncitos de nuestros padres, pero aquí nuestra madre tenía un Modus Operandi muy estricto para sus hijas:


Nos hacía comer “esa comida asquerosa” totalmente solas en la cocina con las ventanas abiertas de par en par “porque echa una peste que tumba”, y como si eso no fuese suficiente marginación por filochinismo, una vez acabada la comida, nos hacía bajar a la calle a echar los tuppers vacíos al conteiner “porque yo no pienso abrir mañana por la mañana la basura para ir a tirar algo del desayuno y encontrarme esta mierda aquí soltando su hedor, que me da algo. Si queréis chino luego no quiero ver ni rastro de él en casa cuando hayáis acabado, que luego este olor se pega a las paredes y no se va en días”.


Básicamente, podíamos pedir chino pero desde el minuto en el que el lepaltidol nos dejaba el pedido hasta que tirábamos todo a la basula en la calle, mi madre solo decía “qué asco, chino, qué asco, chino, con todas las cosas buenas que os hemos dado de comer vuestro padre y yo, y vosotras a pedir esta mierda”. Era la penitencia del chino a domicilio.


Mi santa madre: toda una defensora de la diversidad de gustos.





Sin embargo, a pesar de que nos lo han puesto muy difícil en casa, me gusta esto de probar comida raruna. Así que el sábado me fui con las amigas a lo loco y sin pensar a cenar a un indio.


Sí, ya sé que para muchos un indio es de lo menos exótico que hay, pero qué queréis que os diga, el sábado nosotras éramos siete a la mesa y ninguna había probado la comida hindú nunca antes. O sea, que en nuestra pequeña ciudad, el hindú recién abierto es de lo más exótico que te puedes echar a la cara en este momento.


Y a mi madre en un indio le puede dar un síncope nada más cruzar el umbral del local, o sea que tengo aun más mérito.



Cosas que comentar sobre el Restaurante:


Uno: decoración.  Restaurante pintado sobre naranjas/morados/fucsias y oros. En plan hindú chillón de manual, vaya. Casi salgo mareada de tanto color, eso parecía la Posada de las Ánimas en primavera, todo lleno chonis MHYV con vestidos pegados, Dios de mi vida qué empacho de colorido flúor.


El nombre del local, por supuesto, a juego con la decoración cliché: Taj Mahal, Gandhi, Bollywood, Tandoori lo que sea que suene indudablemente a indio. Todos son nombres súper válidos para un restaurante de estos.


¡Arriba el folclore hindú!


Dos: la tele. Y es que en medio del comedor había un televisor gigante bien plantado y encendido, y era la bomba. Yo no pude dejar de mirarla en toda la cena y eso que estaba en mute (y ver la tele en mute está en el top 3 de cosas sin sentido, máxime si lo que hay en pantalla son vídeos musicales sin música: ridículo), pero es que los indios hacen una tele que me flipa. Tardé dos horas y media en darme cuenta de que lo que yo creía que eran videoclips todos seguidos con los mismos actores una y otra vez…


-¡¡Otra vez los mismos en este videoclip también!! ¿Habéis visto? Éste es el mismo.


Era en realidad, atención,  una de estas películas musicales que duran cinco horas tan típicas del país.


¡Arriba el folclore hindú!




Cuando caí en la cuenta de que era una peli me sentí muuuuuuuuy lerda, pero me consoló saber que, en la mesa de al lado, las comensales seguían pensando que estaban viendo videoclips del mismo cantante todo el rato.


Al menos soy más avispada que algunas otras, menos mal.


Tres: la comida. Porque, ¿qué haces cuando vas a un indio a cenar y no tienes ni puñetera idea de lo que se pide? ¿Le dices al mesero morenito así por señas que te saque lo típico?


¿Arriba el folclore hindú?


No bonita no, no nos pasemos de frenada con el folclore,  porque eso supone que igual nada más salir del restaurante te tienes que meter en una tasca de las de toda la vida, con más hambre que Dios talento y comerte un bocadillo de jamón, porque te han servido unas cosas tan raras y tan picantes que no ha habido mortal que haya atrevido a comerse eso.


El plan bocata no nos atraía en absoluto. Con lo cual, servidoras, precavidas como nadie, hicimos un pequeño sondeo entre nuestros respectivos amigos para saber qué pedir, y cuando llegó el camarero con las cartas, sacamos nuestros respectivos teléfonos y empezamos a cantar:



-      -A ver, aquí me han puesto que está bueno el onion bacé o bací o como se lea, aquí me lo han escrito B-A-Z-E-E… no sé. Eso. Y arroz polao, que no tengo ni idea de lo que será.

-      -Bueno, no tenemos ni idea de lo que es nada de esta carta. ¡Lo pedimos! A mí me han mandado también que pidamos cordero Tikka Masala…

-    -¡Ah, mira, que tengo una captura de una conversación y a mí también me han puesto que pidiéramos eso en un mensaje! Va, pues el pikachu ese lo pedimos fijo.

-      -Jo, qué intrépidas somos, amigas. A ver qué tal está la comida. ¡Qué nervios
!


Y así, señoras y señores, pedimos lo que queríamos cenar al camarero. ¿Y qué pasó? Pues, como cabía esperar al no tener ni puñetera idea de qué nos iban a traer a la mesa, que aceptábamos lo que nos servían con los ojos cerrados. Nos daba igual carne que arroz que pescado. Cuando la mesa parecía un expositor de cuencos con carnes en salsas de colores preguntamos:


-      Bueno, ¿Y cuál de estos cuencos es el de Tikka Masala? Por saber qué es cada plato, más que nada…



Fue entonces cuando el camarero, mirando cada cuenco meticulosamente con cara de susto, se empezó a poner de un color mucho más pálido que el oscurito que traía, y se le empezó a caer una gotita de sudor por la patilla derecha hacia el mentón:


-      -Ehh… Tikka Masala no aquí. Esto… –Y sacó la comanda, y se puso aún más pálido, ya parecía alemán- Esto de aquí… esto no es comida vuestra.




Tócate los pies, Mariloli, que resulta que nos habían servido nada menos que cuatro platos ya y ninguno era para nosotras. ¡¡Nos estábamos comiendo la comida de las chicas de la mesa de al lado!!  ¡¡No teníamos absolutamente ningún plato en común con ellas salvo el arroz blanco!!


Y lo peor de todo es que después de intercambiarnos los platos y comernos cada una lo que había pedido, lo que más nos gustó fue uno de los platos de las de al lado, que no sabemos cuál es.



Ahora tenemos que volver al indio a hacer cata de corderos, porque uno de ellos, así como con salsa color mostaza pero nada de sabor a mostaza, es el mejor plato indio que hemos probado.



Eso, y las películas musicales.

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